Aquí os dejamos una cápsula educativa con recomendaciones para un manejo respetuoso de las
pataletas desde las necesidades emocionales del niño o niña.
Desarrollado por el Sistema de Protección Integral a la Infancia Chile
Crece Contigo.
A nosotros nos parece que está genial... pero nos gustaría matizar una cosa. Dicen que luego se puede hablar con tranquilidad sobre lo que
ha pasado y buscar nuevas formas de expresión, pero eso es de nuevo
decir que las rabietas son malas y no lo son, no
hay que hacerles ver eso, simplemente hacer todo lo demás que dicen en
el vídeo, acompañado de juego y distracción cuando haga falta. Vamos,
que no es bueno que se sientan culpables por tener rabietas, el resto
del vídeo nos parece fantástico, pero queríamos matizar eso.
lunes, 1 de julio de 2013
domingo, 16 de junio de 2013
Criar sin castigar. Por Nuria Otero
Foto tomada de www.psicoglobalia.com |
Para hablar de lo que significa criar sin castigar lo primero que tenemos que saber es a qué nos estamos refiriendo. Porque lo cierto es que muchas personas dicen que no castigan cuando en realidad lo que quieren decir es que no pegan a sus hijos, o que no les encierran en una habitación hasta que se les pase el “berrinche”. Pero la realidad es que se castiga y mucho, porque es lo que sabemos hacer, es lo que hemos aprendido, es lo que nos han enseñado y nos cuesta mucho encontrar alternativas.
Un castigo es una herramienta de modificación de conducta. ¿Qué quiere decir esto? Más allá de lo que quiera decir a nivel psicológico o pedagógico, el hecho de que sea un medio para conseguir un fin es muy importante. Es decir, por mucho que nos intentemos convencer de los contrario, un castigo no es el resultado de una mala acción, sino que es una acción que se realiza con el objetivo de conseguir un resultado; no es un porque, es un para qué.
Utilizando un lenguaje psicopedagógico, un castigo consiste o bien en la aplicación de un estímulo negativo o en la retirada de un estímulo positivo con la intención de modificar o extinguir una conducta determinada en un sujeto. Por ejemplo, dar un cachete es aplicar un estímulo negativo, cancelar la visita al zoo que teníamos esta tarde es retirar un estímulo positivo. Pero ninguna de ellas es mejor (ni peor) que la otra, ambas se basan en el mismo proceso psicológico: conseguir que la conducta que no nos gusta tenga una consecuencia desagradable y por lo tanto, la persona (en este caso el niño) acabe por dejar de realizarla.
Es necesario aquí distinguir un castigo de una consecuencia lógica. Primero porque, como comentaba antes, un castigo no es una consecuencia, sino una acción en sí misma. Y segundo, porque otra de sus características es que es arbitrario, es decir, puedo elegir cualquier estímulo como castigo, esté o no relacionado con la conducta que quiero modificar. Por ejemplo, si no te comes las lentejas, no verás la tele. No hay conexión entre comer y ver la tele. En cambio, una consecuencia lógica es algo que no estamos imponiendo para modificar una conducta que a nosotros nos desagrada, sino que es algo que es inevitable. Ejemplo, si no dejas de asomarte a la ventana del 6º piso tendré que cerrarla… En este caso sí es una consecuencia, y se deriva directamente de la actividad que se está desarrollando que puede, por ejemplo, suponer un peligro potencial.
Pero volvamos a los castigos. Funcionan. Los castigos funcionan. Son fáciles de aplicar y sus resultados se obtienen con relativa prontitud. Entonces… por qué algunos padres, madres y profesionales abogamos por una manera de criar y educar sin castigar??
En primer lugar porque, como ya he comentado, los castigos son una técnica de modificación de conducta, y me pregunto en muchas ocasiones si estoy legitimada para modificar la conducta de nadie desde el exterior, otorgándome la potestad de decidir desde fuera lo que está bien y lo que está mal. Nuestros hijos pueden comportarse de una manera que nosotros no esperamos, que no compartimos, que no utilizaríamos, pero normalmente esa conducta no es gratuita, no está ahí para molestar (ni a nosotros ni a otras personas), sino que probablemente tenga alguna función (el niño nos manifiesta su malestar por alguna cuestión física o emocional –le duele la pierna, está disgustado porque su amigo no ha podido venir a comer, está enfadado porque ha tenido que ir a clase de piano en lugar de quedarse a jugar al fútbol-, el niño puede no conocer las consecuencias de alguna de sus actividades –puede no saber que ese jarrón que está usando para hacer experimentos de barro es una herencia de la bisabuela, puede no entender que nos duela horrores la cabeza- o simplemente tiene una necesidad que nos está comunicando… sueño, hambre, sed… o atención)
En segundo lugar, porque con un castigo no profundizo en la comprensión de la conducta que quiero modificar o eliminar. Es decir, el niño no aprende que hablar o cantar o gritar GOOOOL mientras mamá habla por teléfono hace difícil la comunicación de mamá… entiende que si mamá habla por teléfono mejor callarse porque si no me echan fuera, o me gritan para que no grite yo, o incluso me dan un cachete si protesto porque lo que tenía que decir era importante. ¿He aprendido algo sobre el respeto a los demás, sobre respetar los tiempos, espacios, conversaciones de los otros? O he dejado de hacer algo por miedo a las consecuencias?? He aprendido a tener miedo??? En este sentido, nos volvemos cada vez más dependientes de los demás, dejando de ser capaces de reconocer por nosotros mismos lo adecuado o inadecuado de nuestras acciones, y basando nuestra manera de comportarnos en la aprobación o desaprobación externa. Como motivación, bastante deficiente… como estilo de vida, casi lamentable.
Me gustaría hacer una mención especial a los premios y recompensas. Al flan de postre si te comes las verduras, a la chuche si acabas los deberes o a la pegatina con sonrisa si no protestas en todo el día. Los premios y recompensas son la otra cara de los castigos. Funcionan de la misma manera, aunque parezcan mucho más amables. También ponen el acento fuera de la conducta, y también nos hacen depender de los componentes externos para funcionar. Pero además, los premios tienen un agravante… y es que a medida que los niños crecen deben ir incrementándose en cantidad y calidad, pues a ningún adolescente le haremos recoger su habitación prometiéndole una pegatina.
Ahora bien, qué alternativas tenemos para criar y educar a nuestros hijos? Cómo podemos educarlos, criarlos, sin recurrir al castigo, al chantaje y/o a la amenaza. Básicamente, comprendiendo.
Comprendiendo en primer lugar que los niños tienen unas necesidades, unos tiempos y un uso del espacio diferente al de los adultos.
Comprendiendo que no existe una manera estándar de hacer las cosas, que lo que está bien y lo que está mal es relativo.
Siendo sinceros con nosotros mismos y preguntándonos por qué no estamos permitiendo cierta conducta, si es una cuestión realmente importante o es algo que se hace así porque siempre se ha hecho así.
De esta manera encontraremos muchos menos motivos de conflicto con nuestros hijos, y ellos se acostumbrarán a que cuando una cosa no puede ser, cuando negamos algo, cuando pedimos algo, cuando posponemos algo, será por una razón verdaderamente importante. Es mucho más fácil aceptar que no se puede hacer una cosa que aceptar que no se puede hacer casi nada, y entonces no es necesario recurrir a ninguna técnica educativa, psicopedagógica coercitiva pues los niños entienden simple y llanamente que no todo puede ser.
Por otro lado, es importante hablar con nuestros hijos. Dialogar y entender sus motivaciones. Y en ocasiones, cuando tienen razón, ceder. Ceder a su petición, a su comportamiento o incluso a su mal humor (bastante tienen a veces con aceptar que no es posible hacer algo para, además, aceptarlo de buen grado). Ceder nosotros es la manera de enseñarles a ceder ellos. Reconocer que nos equivocamos es la manera de enseñarles a reconocer los errores.
Este camino es difícil. Es más lento. Pero os aseguro que es infinitamente más gratificante. Increíblemente más divertido. Y por si alguien lo duda, también funciona.
miércoles, 12 de junio de 2013
Comprender el "no" de los niños (extracto). Por Xavier Serrano
Pero ¿qué ocurre cuando no se permite la manifestación del instinto en los primeros años de vida reprimiendo las manifestaciones agresivas? El niño ve ahogadas sus expresiones reivindicativas que toman diversas formas según su momento de crecimiento, por lo que ese impulso se va mermando, perdiendo el contacto con algunas de sus necesidades básicas, alterando como consecuencia de ello su ritmo biológico. Todo ello ocasiona un remanente “pulsional” (necesidad de cariño, de placer, de contacto con las cosas, de exploración) que puja por salir y que al no poder hacerlo provoca frustración y rabia, estableciéndose una base destructiva inconsciente que puede manifestarse posteriormente, bien a través de síntomas o de actitudes sádicas y violentas en función de las circunstancias del momento y del grado de represión vivido en la infancia y la adolescencia.
Imagen extraida de globedia.com |
Por eso una rabieta o una expresión de rabia no tiene el
mismo significado en todos los niños al estar condicionado por las vivencias
que ha tenido anteriormente, siendo este un factor diferencial muy importante a
la hora de abordar dinámicas de violencia más graves que se pueden generar en
los sistemas familiares, partiendo siempre de la confianza en el niño, el
respeto y la tolerancia.
En este sentido el pedagogo inglés, fundador de la escuela
“Summerhill”, A.S.Neill, escribió: “Actualmente deposito mi confianza en la
libertad, la libertad da buen resultado en todos los casos, aunque no es
totalmente terapéutica para los niños que estuvieron huérfanos de amor en la
primera infancia.... La libertad no se apuntala con palabras sino con hechos.
La mejor forma de curar a un niño que desea romper ventanas consiste en sonreir
y ayudarlo a demoler los vidrios”. Porque solo si el niño se ve aceptado y
reconocido desde su realidad sea cual fuera, puede estar receptivo a sus
propios procesos y generará cambios.
En realidad es a través del amor como la agresividad
ejercerá su función ecológica. Mientras que con nuestra incomprensión e
intolerancia, o sencillamente nuestra posición narcisista de pensar que somos
los que sabemos y los niños los que no saben y por tanto tan solo pueden
aprender —sinónimo de sometimiento, al estilo “supernani”— será suficiente para
bloquear lo instintivo, lo natural, y anular el diálogo desde lo viviente,
desde el amor. Lo que facilitará personas con estructuras encogidas, débiles,
vulnerables y con tenencia al sometimiento; o bien narcisistas, fanfarronas y
sádicas, todo lo cual sintoniza con la realidad social en la que vivimos y por
tanto la sostiene y refuerza.
Como solía decir mi mentor Federico Navarro, neurosiquiatra
italiano, poder decir “no” es señal de seguridad personal que refleja un yo
fuerte, sin miedo, y por tanto es la base para el respeto y la solidaridad
social."
Cómo actuar ante la
negación de los niños
Para el niño la negación es una forma de mostrarse al mundo
y por tanto forma parte del proceso de identidad que el adulto puede favorecer
con sus actos.
Durante los primeros tres años:espejo
En cuanto reacción visceral, vinculada a su instinto de
autoconservación y su agresividad natural de cachorro mamífero, observarla sin
juzgarla, incluso valorarla positivamente tanto a través de la palabra como
desde la empatía.
De los cuatro a los siete años:Yo-Otro
Al ser una edad en la que lo instintivo se va integrando con
lo raciónal , la negación, se mostrará confianza en su decisión final
escuchando su negativa verbal o corporal y si no es acorde a la posición del
adulto, se le pueden plantear sugerencias y posibles alternativas con un
razonamiento básico para que pueda elegir.
A su vez es la edad donde los padres tienen que hacerle ver
sus opiniones, inquietudes y necesidades para que, al igual que hace el adulto
las vaya reconociendo, respetando ,teniéndolas presentes en sus opciones:
Yo-otro
De los ocho años en adelante:Yo con los otros
Al existir ya una capacidad para participar activamente en
lo grupal y lo social, las negaciones tienen que tener un sentido y unas
razones que, cuando supongan conflicto de intereses , deben ponerse los medios
para el contraste, y la búsqueda de soluciones y decisiones de forma conjunta y
con compromisos y pactos establecidos previamente que se deben respetar y
cumplir, en cuanto han sido decisiones tomadas por él mismo. Facilitando la
cooperación y la solidaridad: Yo con los otros
En el caso en que el niño haya vivido un distres o violencia
traumática durante la vida intrauterina y los primeros meses de vida
extrauterina las negaciones serán reactivas, disfuncionales, buscando la
descarga de tensión a través de la catarsis motriz y de la negación
destructiva.
EXTRAIDO DE MI ULTIMO ARTICULO PUBLICADO EN MENTE SANA:
"COMPRENDER EL "NO" DE LOS NIÑOS.( MES DE JUNIO, NUMERO 93)
Xavier Serrano Hortelano
Director-Responsable didáctico
Escuela Española de Terapia Reichiana ES.TE.R
lunes, 10 de junio de 2013
¡No, no y no!
(texto de Te Kikiriquiero)
Nuestro bebé crece y sobre los 18 meses aparece la famosa etapa del No, que a los papás y mamás tanto nos da que hablar.
¿Por qué nos dice a todo que no?
A muchos padres nos entra la paranoia y pensamos que el niño es un cabezota, un caprichoso, que nos está tomando el pelo… y empezamos a plantearnos los famosos límites.
A esta edad nace el impulso de autonomía, el pequeño está aprendiendo que es un ser individual, ya tiene libertad de movimientos y necesita reafirmarse mediante manifestaciones de voluntad propia, es una actitud perfectamente normal y sana. Esta etapa es también aprendizaje, y de nosotros depende respetársela.
Está claro que los límites son necesarios y estructurales y que cada familia decide cuales son los más apropiados para ellos. A algunas familias les parecerá un límite claro que no se salta en el sofá, mientras que para otras esto carece de importancia.
Lo que sí es muy importante para el niño es la forma en la que se ponen estos límites.
Antes de establecer un límite deberíamos plantearnos las siguientes cuestiones:
¿Cuál es el objetivo de la norma? ¿Para qué sirve? ¿Por qué lo estamos poniendo? ¿Es una forma de ayudar al niño o impaciencia y mal humor del adulto?
Para nosotros los límites que tienen que ser respetados son pocos.
La autora propone que, ante cualquier límite que se oponga a los deseos de nuestra criatura, nos situemos incondicionalmente del lado de sus deseos; y en lugar de considerarlos meros caprichos improcedentes, los analicemos honesta y sinceramente con ella, junto con todos los factores que intervienen en la situación, para después tomar una decisión conjuntamente.
Nuestro bebé crece y sobre los 18 meses aparece la famosa etapa del No, que a los papás y mamás tanto nos da que hablar.
¿Por qué nos dice a todo que no?
A muchos padres nos entra la paranoia y pensamos que el niño es un cabezota, un caprichoso, que nos está tomando el pelo… y empezamos a plantearnos los famosos límites.
A esta edad nace el impulso de autonomía, el pequeño está aprendiendo que es un ser individual, ya tiene libertad de movimientos y necesita reafirmarse mediante manifestaciones de voluntad propia, es una actitud perfectamente normal y sana. Esta etapa es también aprendizaje, y de nosotros depende respetársela.
Está claro que los límites son necesarios y estructurales y que cada familia decide cuales son los más apropiados para ellos. A algunas familias les parecerá un límite claro que no se salta en el sofá, mientras que para otras esto carece de importancia.
Lo que sí es muy importante para el niño es la forma en la que se ponen estos límites.
Antes de establecer un límite deberíamos plantearnos las siguientes cuestiones:
¿Cuál es el objetivo de la norma? ¿Para qué sirve? ¿Por qué lo estamos poniendo? ¿Es una forma de ayudar al niño o impaciencia y mal humor del adulto?
Para nosotros los límites que tienen que ser respetados son pocos.
- Límites de seguridad, tratando de que estos sean reales y no basados en nuestros propios miedos.
- Límites de respeto, en la relación con los demás.
La autora propone que, ante cualquier límite que se oponga a los deseos de nuestra criatura, nos situemos incondicionalmente del lado de sus deseos; y en lugar de considerarlos meros caprichos improcedentes, los analicemos honesta y sinceramente con ella, junto con todos los factores que intervienen en la situación, para después tomar una decisión conjuntamente.
Las rabietas infantiles… o cómo comprender lo incomprensible. Por Nuria Otero
(texto de Nuria Otero Tomera en Proyecto Materna)
Todos hemos oído hablar de las rabietas. Hablamos de ellas con total normalidad, como algo completamente integrado en nuestro día a día, y los que somos padres nos preguntamos unos a otros con naturalidad “¿tu hijo ya ha empezado con las rabietas?” como cuando preguntamos si les han salido los dientes o si ya sabe ir en bicicleta.
Ahora bien… ¿qué es una rabieta? Rabieta viene de rabia… para mí una rabieta es una demostración explícita y explosiva (con rabia, con ira) de un malestar, de un desacuerdo, sea éste importante o no a ojos de quien contempla el cuadro. Y rabietas las tenemos todos, niños y adultos. Lo que ocurre es que a medida que nos vamos haciendo mayores vamos aprendiendo a canalizar la rabia y los enfados, vamos comprendiendo más nuestro entorno y el por qué a veces las cosas no son como esperamos, y sobre todo… aprendemos a no demostrar muchas de las cosas que sentimos porque parece ser que no está bien visto.
Pero ¿cuándo se produce una rabieta y por qué? Es una rabieta esa escena en una tienda de un niño gritándonos enfadado que quiere ese juguete, lo quiere, lo quiere y lo quiere; o el otro que se tira al suelo porque no quiere irse del parque; o la niña que da patadas al aire mientras grita “No te quiero”; o la que tira al suelo a manotazos un puzzle a medio montar. Pero también tiene una rabieta ese adulto que pega un puñetazo en la mesa mientras habla con el asesor técnico de su compañía telefónica, o el conductor que le grita y le da bocinazos al de delante porque no va más rápido. En realidad, se producen las rabietas fundamentalmente cuando nuestro enfado o nuestro malestar no encuentra una salida lógica. Cuando nos quedamos sin argumentos, cuando nuestra rabia es tan grande que sólo nos queda abrir la válvula de escape. En los adultos pasa menos porque, como ya he dicho, somos capaces de comprender mejor las cosas que van pasando a nuestro alrededor, de otorgarles una explicación y tenemos mayor capacidad de espera. Pero en los niños no ocurren estas cosas, y aun en el caso de que comprendan, de que entiendan que tienen que esperar, que hay que ir a casa porque hay que cenar, que se den cuenta de que el puzzle no tiene la culpa de que ellos no encuentren la pieza correcta, aun en esos casos, los niños no saben “aguantarse” la rabia. La rabieta es la expresión de sus sentimientos, de la frustración que están sintiendo en ese momento porque no pueden obtener aquello que desean… y es legítimo que lo expresen. No podemos pretender que, además de amoldarse a nuestras necesidades, ritmos y tiempos, además de intentar aprehender conceptos como el tiempo y la generosidad, se queden callados, tendremos que aceptar que lo único que les queda, en muchas ocasiones, es “el derecho al pataleo”, en su más gráfica acepción.
En general, coincido con Aletha Solter en que la mayor parte de las situaciones que provocan esas rabietas en nuestros hijos se pueden agrupar en tres tipos:
Así que, ante la pregunta de qué hacer cuando un niño tiene una rabieta, mi respuesta suele ser: nada. Es decir, comprender que es una demostración de lo que está sintiendo, y que por mucho que hagamos, no va a dejar de sentir. Podemos ignorarlo, reñirle, gritarle o castigarlo, y probablemente consigamos que no tenga rabietas, o que las tenga menos frecuentemente, o que las tenga menos vehementes, pero no conseguiremos que deje de sentirse mal por lo que está ocurriendo. Y conseguiremos, además, que se sienta culpable por sentirlo, cuando es absolutamente razonable que a veces se sienta disgustado. Así, ante un episodio como los que he descrito anteriormente, o cualquier otro similar, lo mejor que podemos hacer es esperar que pase, hablar con nuestro hijo si nos deja, decirle que entendemos que se siente mal por esta o aquélla razón, dar alternativas si existen, cogerle en brazos o sentarnos a su altura y aceptar el dolor que nos está mostrando. Al fin y al cabo, está siendo absolutamente sincero con nosotros, nos está confiando sus sentimientos y sus emociones, y no podemos hacer menos que aceptarlos. Ponernos de su parte, sufrir con ellos la frustración, ser realmente sus cómplices en un momento amargo será la mejor manera de que vayan comprendiendo el mundo, y lo harán con confianza plena en nosotros, que creceremos también si aprovechamos la oportunidad para profundizar en la comunicación con nuestros hijos.
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Todos hemos oído hablar de las rabietas. Hablamos de ellas con total normalidad, como algo completamente integrado en nuestro día a día, y los que somos padres nos preguntamos unos a otros con naturalidad “¿tu hijo ya ha empezado con las rabietas?” como cuando preguntamos si les han salido los dientes o si ya sabe ir en bicicleta.
Ahora bien… ¿qué es una rabieta? Rabieta viene de rabia… para mí una rabieta es una demostración explícita y explosiva (con rabia, con ira) de un malestar, de un desacuerdo, sea éste importante o no a ojos de quien contempla el cuadro. Y rabietas las tenemos todos, niños y adultos. Lo que ocurre es que a medida que nos vamos haciendo mayores vamos aprendiendo a canalizar la rabia y los enfados, vamos comprendiendo más nuestro entorno y el por qué a veces las cosas no son como esperamos, y sobre todo… aprendemos a no demostrar muchas de las cosas que sentimos porque parece ser que no está bien visto.
Pero ¿cuándo se produce una rabieta y por qué? Es una rabieta esa escena en una tienda de un niño gritándonos enfadado que quiere ese juguete, lo quiere, lo quiere y lo quiere; o el otro que se tira al suelo porque no quiere irse del parque; o la niña que da patadas al aire mientras grita “No te quiero”; o la que tira al suelo a manotazos un puzzle a medio montar. Pero también tiene una rabieta ese adulto que pega un puñetazo en la mesa mientras habla con el asesor técnico de su compañía telefónica, o el conductor que le grita y le da bocinazos al de delante porque no va más rápido. En realidad, se producen las rabietas fundamentalmente cuando nuestro enfado o nuestro malestar no encuentra una salida lógica. Cuando nos quedamos sin argumentos, cuando nuestra rabia es tan grande que sólo nos queda abrir la válvula de escape. En los adultos pasa menos porque, como ya he dicho, somos capaces de comprender mejor las cosas que van pasando a nuestro alrededor, de otorgarles una explicación y tenemos mayor capacidad de espera. Pero en los niños no ocurren estas cosas, y aun en el caso de que comprendan, de que entiendan que tienen que esperar, que hay que ir a casa porque hay que cenar, que se den cuenta de que el puzzle no tiene la culpa de que ellos no encuentren la pieza correcta, aun en esos casos, los niños no saben “aguantarse” la rabia. La rabieta es la expresión de sus sentimientos, de la frustración que están sintiendo en ese momento porque no pueden obtener aquello que desean… y es legítimo que lo expresen. No podemos pretender que, además de amoldarse a nuestras necesidades, ritmos y tiempos, además de intentar aprehender conceptos como el tiempo y la generosidad, se queden callados, tendremos que aceptar que lo único que les queda, en muchas ocasiones, es “el derecho al pataleo”, en su más gráfica acepción.
En general, coincido con Aletha Solter en que la mayor parte de las situaciones que provocan esas rabietas en nuestros hijos se pueden agrupar en tres tipos:
- El niño tiene una necesidad básica (hambre, sed, sueño…) que o bien no estamos viendo o bien, aunque la veamos, no podemos satisfacer en este momento. Imaginemos a un niño de 3 años con hambre, en coche, camino a casa y en un atasco… aunque sepamos que tiene hambre y lo comprendamos, probablemente no podamos solucionar el problema; lo más habitual será una rabieta por parte del niño… ¿qué haremos? ¿reñirle por tener hambre? ¿reñirle porque llora? ¿gritarle?… nada de lo que hagamos le saciará el hambre).
- El niño tiene información insuficiente o equivocada de la situación en la que nos encontramos. O bien pensaba que íbamos a quedarnos más rato en el parque, o no comprende por qué hoy, precisamente hoy, tenemos prisa en el súper con lo mucho que le gusta a él jugar en el carrito, o quizás él quería comprar cereales y nosotros sólo hemos entrado a por detergente. Pararnos a escuchar qué es lo que quiere o necesita (quizás sea cierto que se han acabado los cereales), así como explicarle con antelación que hoy vamos corriendo porque tenemos médico, o peluquería, o enseñarle un reloj y explicarle a qué hora dejaremos el parque puede ahorrarnos un mal rato a los dos.
- El niño necesita descargar o liberar tensiones, miedos o frustraciones presentes o pasadas. Muchas veces los niños “aprovechan” cualquier mínimo detalle para entrar en una rabieta. Puede ser que estén enfadados o angustiados por cualquier otra cosa y la situación actual sólo sirva de detonante. Tal vez algo que ocurrió en la escuela, donde no se siente tan seguro como en casa, no sale hasta que está con nosotros, en confianza absoluta. En este caso, al igual que en los anteriores, cortar la expresión de rabia no va a hacer más que aumentar el malestar y dilatar en el tiempo la descarga.
Así que, ante la pregunta de qué hacer cuando un niño tiene una rabieta, mi respuesta suele ser: nada. Es decir, comprender que es una demostración de lo que está sintiendo, y que por mucho que hagamos, no va a dejar de sentir. Podemos ignorarlo, reñirle, gritarle o castigarlo, y probablemente consigamos que no tenga rabietas, o que las tenga menos frecuentemente, o que las tenga menos vehementes, pero no conseguiremos que deje de sentirse mal por lo que está ocurriendo. Y conseguiremos, además, que se sienta culpable por sentirlo, cuando es absolutamente razonable que a veces se sienta disgustado. Así, ante un episodio como los que he descrito anteriormente, o cualquier otro similar, lo mejor que podemos hacer es esperar que pase, hablar con nuestro hijo si nos deja, decirle que entendemos que se siente mal por esta o aquélla razón, dar alternativas si existen, cogerle en brazos o sentarnos a su altura y aceptar el dolor que nos está mostrando. Al fin y al cabo, está siendo absolutamente sincero con nosotros, nos está confiando sus sentimientos y sus emociones, y no podemos hacer menos que aceptarlos. Ponernos de su parte, sufrir con ellos la frustración, ser realmente sus cómplices en un momento amargo será la mejor manera de que vayan comprendiendo el mundo, y lo harán con confianza plena en nosotros, que creceremos también si aprovechamos la oportunidad para profundizar en la comunicación con nuestros hijos.
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miércoles, 29 de mayo de 2013
¿Qué son las rabietas? Por Violeta Alcocer
(Texto de Violeta Alcocer)
Alrededor de los dos años los niños atraviesan un momento especialmente delicado en sus vidas. Se ha venido a llamar “los terribles dos” o “la primera adolescencia” porque representa el primer gran cambio, la primera gran transformación en la vida de nuestros hijos.
Las primeras manifestaciones de este momento son claras: rabietas (esto es lo más característico), indecisión, ambivalencias (quiero esto, ahora no lo quiero, ahora sí), necesidad de mimos y cercanía constantes o todo lo contrario (ni me toques, yo no me hecho daño, etc..), agresiones, cambios de humor, de sueño, de apetito…
El control y la maduración de las emociones y la interiorización de límites son los caballos de batalla de esta etapa.
Desde el punto de vista del desarrollo, alrededor de los dos años tiene lugar un descubrimiento muy importante para el niño que es el “yo” , es decir, la capacidad de verse y entenderse a sí mismo como una persona diferente de la madre.
Este descubrimiento arrastra consigo grandes emociones (yo puedo hacerlo todo solo! Me como el mundo, etc..) pero también grandes ansiedades (no me dejes sólo, qué miedo da el mundo, qué frustrante es todo, etc..). Es como si el pequeño “estrenase” una ropa que todavía no le ajusta perfectamente.
En el plano afectivo, esto significa que el pequeño comienza su “autorregulación” emocional. Si hasta ahora el límite de la emoción lo encontraba en la contención materna, a partir de ahora el niño se enfrenta a la tarea de comenzar a contener por él mismo sus emociones (por eso ahora parece no bastar con nuestro interés o nuestra empatía).
Junto a este proceso, a nivel cognitivo tiene lugar en esta etapa el nacimiento y afianzamiento de la capacidad simbólica, que va profundamente unida al desarrollo del lenguaje y del pensamiento formal. Así, nuestro pequeño cambia radicalmente su forma de “pensar”, es decir de elaborar los sucesos que ocurren tanto fuera como dentro de él. Al disponer del lenguaje y de la función simbólica, el pequeño va a ser capaz de organizar su pensamiento (y con él sus deseos, sus criterios, establecer relaciones causales entre los sucesos, encontrar similitudes y diferencias, etc..).
En este momento comienza a tener acceso a unas herramientas cognitivas cada vez más sofisticadas y gracias a esto tendrá acceso a aprendizajes cada vez más complejos.
Sin embargo, todo este avance (el nacimiento del yo, el acceso a la función simbólica, el lenguaje, el pensamiento..) no ocurre de un día para otro ni todo a la vez. El pequeño avanza a trompicones y los desajustes son parte del proceso. Desajustes que se viven en su forma más llamativa en las rabietas: cuando el pequeño “patina” en el control emocional y pierde el control a todos los niveles.
Si antes era a través de la madre, a partir de este momento será él mismo quién tendrá que localizar o generar paulatinamente sus propios recursos internos para manejar la rabia, la ira, la frustración, la agresión... de forma adaptativa.
Como el desarrollo no sucede de la noche a la mañana, básicamente lo que son las rabietas es un desajuste tremendo entre las nuevas capacidades junto el material afectivo que tiene el niño que manejar con los limitados recursos de los que aún dispone.
Alrededor de los dos años los niños atraviesan un momento especialmente delicado en sus vidas. Se ha venido a llamar “los terribles dos” o “la primera adolescencia” porque representa el primer gran cambio, la primera gran transformación en la vida de nuestros hijos.
Las primeras manifestaciones de este momento son claras: rabietas (esto es lo más característico), indecisión, ambivalencias (quiero esto, ahora no lo quiero, ahora sí), necesidad de mimos y cercanía constantes o todo lo contrario (ni me toques, yo no me hecho daño, etc..), agresiones, cambios de humor, de sueño, de apetito…
El control y la maduración de las emociones y la interiorización de límites son los caballos de batalla de esta etapa.
Desde el punto de vista del desarrollo, alrededor de los dos años tiene lugar un descubrimiento muy importante para el niño que es el “yo” , es decir, la capacidad de verse y entenderse a sí mismo como una persona diferente de la madre.
Este descubrimiento arrastra consigo grandes emociones (yo puedo hacerlo todo solo! Me como el mundo, etc..) pero también grandes ansiedades (no me dejes sólo, qué miedo da el mundo, qué frustrante es todo, etc..). Es como si el pequeño “estrenase” una ropa que todavía no le ajusta perfectamente.
En el plano afectivo, esto significa que el pequeño comienza su “autorregulación” emocional. Si hasta ahora el límite de la emoción lo encontraba en la contención materna, a partir de ahora el niño se enfrenta a la tarea de comenzar a contener por él mismo sus emociones (por eso ahora parece no bastar con nuestro interés o nuestra empatía).
Junto a este proceso, a nivel cognitivo tiene lugar en esta etapa el nacimiento y afianzamiento de la capacidad simbólica, que va profundamente unida al desarrollo del lenguaje y del pensamiento formal. Así, nuestro pequeño cambia radicalmente su forma de “pensar”, es decir de elaborar los sucesos que ocurren tanto fuera como dentro de él. Al disponer del lenguaje y de la función simbólica, el pequeño va a ser capaz de organizar su pensamiento (y con él sus deseos, sus criterios, establecer relaciones causales entre los sucesos, encontrar similitudes y diferencias, etc..).
En este momento comienza a tener acceso a unas herramientas cognitivas cada vez más sofisticadas y gracias a esto tendrá acceso a aprendizajes cada vez más complejos.
Sin embargo, todo este avance (el nacimiento del yo, el acceso a la función simbólica, el lenguaje, el pensamiento..) no ocurre de un día para otro ni todo a la vez. El pequeño avanza a trompicones y los desajustes son parte del proceso. Desajustes que se viven en su forma más llamativa en las rabietas: cuando el pequeño “patina” en el control emocional y pierde el control a todos los niveles.
Si antes era a través de la madre, a partir de este momento será él mismo quién tendrá que localizar o generar paulatinamente sus propios recursos internos para manejar la rabia, la ira, la frustración, la agresión... de forma adaptativa.
Como el desarrollo no sucede de la noche a la mañana, básicamente lo que son las rabietas es un desajuste tremendo entre las nuevas capacidades junto el material afectivo que tiene el niño que manejar con los limitados recursos de los que aún dispone.
A su ritmo. 1-2 años. Por Violeta Alcocer
(Texto de Violeta Alcocer)
“Vísteme despacio que tengo prisa” dice un refrán popular, y es que de todos es sabido que los niños necesitan tomarse su tiempo para hacer las cosas, para observar, para aprender...
A estas edades, en las que empiezan a conquistar su propia autonomía, es cuando más se nota que ellos llevan su propio ritmo para todo: para desayunar (y si encima está aprendiendo a usar los cubiertos pueden pasar horas!), para ir a hacer algún recado (porque ahora le gusta caminar y se va parando en cada pequeña hormiga, hojita o papelito del suelo), para pasar de una actividad a otra… y cuanto más rápido queremos ir nosotros es peor, porque precisamente en la etapa del “no” por excelencia pocas veces conseguiremos que se hagan las cosas a tiempo (y no es extraño que nos llevemos también algún que otro berrinche de regalo).
Pero ¿por qué son nuestros pequeños tan lentos para todo? ¿Por qué tardan tanto en aprender algunas cosas?
En realidad, a nuestros hijos no les pasa nada: ¡nos pasa a nosotros, adultos estresados y acostumbrados a hacerlo todo con el reloj en la mano!
Si nos paramos a pensar, nos daremos cuenta de que toda nuestra sociedad está construida en base a la velocidad y los logros. Nuestra eficacia personal se mide en términos de velocidad: cuánto tiempo tardamos en conseguir lo que queremos, en llegar al trabajo desde casa, en recuperarnos de un trauma afectivo, en hacer nuestras tareas… ¡prisas, prisas, prisas para todo!
Los papás, sin darnos cuenta, trasladamos a nuestros hijos estos esquemas y esperamos de ellos que funcionen igual que nosotros: queremos que jueguen de tal manera y en determinado tiempo (jamás el juego de los niños estuvo tan dirigido como ahora), que aprendan determinadas destrezas y cuanto antes mejor (solo hay que escuchar una conversación al azar en el parque para ver cómo madres y padres compiten y enumeran las adquisiciones tempranas de sus hijos: “el mío empezó a caminar con diez meses” “pues el mío ya se sabe veinte animales”), que duerman solos y del tirón cuanto antes (aunque no estén preparados), que se coman un bistec de mastodonte en un tiempo record o que modulen sus emociones al más puro estilo zen.
Lo que crea problemas no es la lentitud de los niños, sino el desajuste entre sus ritmos y los nuestros, sus necesidades y las nuestras.
Está claro que no podemos vivir aislados del reloj: los horarios son importantes porque nos ayudan a estructurar nuestra actividad diaria y a los niños les ayuda a ir generando una estructura interna con pautas claras.
Y tampoco podemos vivir sin incentivar a nuestros hijos para que optimicen todo su potencial, preparándoles así para el competitivo mundo que nos ha tocado (y les ha tocado) vivir. En cualquier caso, tenemos toda una vida para ello.
Pero ¿cómo conseguir que el día a día no sea una lucha diaria entre ellos (nuestras pequeñas tortuguitas) y nosotros (las rápidas liebres)?
Lentos para todo
Hay que reconocer que la paciencia paterna llega a su máximo esplendor en esta etapa en la que los niños se lo toman todo con una parsimonia que altera a cualquiera. Pero lo cierto es que a quitarse el pijama o a comerse una tortilla con tenedor no se aprende de un día para otro, sino que se aprende ensayando, descansando, pensando en otras cosas, intentándolo de nuevo… Hacer las cosas por uno mismo lleva tiempo. Y seguir las rutinas diarias da pereza (y más aún cuando, después de todo lo que ha tardado en meterse en la bañera, ¡queremos obligarle a salir a los pocos minutos porque se enfría la cena!).
Es cierto, ellos son lentos. Pero fijémonos en nosotros y nuestros objetivos: nos pasamos el día achuchándoles para que lo hagan todo rápido, rápido.. y al final conseguimos lo contrario y pasan los meses y nada cambia (seguimos tardando una hora en convencerle para que se ponga el dichoso abrigo). ¿Y por qué? Pues muy sencillo: si cada vez que nuestros hijos emprenden un hábito diario por sí mismos (por ejemplo, lavarse los dientes) nosotros les agobiamos para que terminen cuanto antes (“venga acaba ya que no llegamos” “vamos cariño que no llegamos” “por favor termina eso que hay que hacer lo otro”) , lo que estamos enseñándoles es a hacer las cosas rápido, no a hacerlas bien. Si les damos un poco de margen y les dejamos ir a su ritmo durante un tiempo, lo más probable es que sean ellos solos los que estén deseando pasar a otra cosa rápidamente una vez dominado el tema (incluso puede que hasta estén deseando mostrarnos lo bien y lo rápido que son capaces de meter los calcetines en la lavadora ellos solitos).
Puede que tarden más tiempo del previsto en hacer las cosas como a nosotros nos gustaría. Incluso puede que lo que a nosotros nos gustaría fuera que no quisieran hacer tantas cosas solos (con lo cómodo que era la teta y ahora se empeña en comer él solito sus cereales con cuchara!!)… pero la realidad es que a esta edad están deseando hacer las cosas por ellos mismos, que hay que permitírselo por su propio bien (excepto aquellas que sean peligrosas) y que no van a aprender más rápido por el hecho de achucharles, sino que van a tardar lo mismo (hagan la prueba).
Así que una buena estrategia es cambiar el “vamos, que hay prisa” por el elogio más sincero a sus esfuerzos .
Lo único que tenemos que hacer nosotros es ser lo más flexibles que podamos con nuestro propio tiempo y nuestros planes; y además tener siempre en cuenta que lo que importa es el proceso, no el resultado. ¿Por qué agobiarnos porque no vamos a llegar al parque porque el pequeño se va parando en todos los escaparates? ¿Acaso es tan importante llegar? Si al pequeño le gusta más mirar escaparates, será porque le parecen más divertidos que el parque (donde además mamá espera que socialice- es decir que comparta sus juguetes- con lo poco que le gusta!).
Y hablando de paseos ¡hay que ver lo que nos gusta a los padres recorrer las calles con el niño de mano a salto de mata! Con sus cortas piernecitas es imposible que un pequeño de dos años pueda llevar nuestra velocidad porque no solo es capaz de alcanzar nuestra zancada, es que se cansa el doble porque es como si hiciera el doble de recorrido (observemos cuántos pasos da un niño por cada paso de un adulto). De ahí que a mitad de recorrido el noventa por ciento de los niños menores de dos años pidan que les cojamos en brazos o (si tienen destreza con su lenguaje) que vayamos más despacio.. y aún les miramos extrañados.
En cuanto a las rutinas diarias y demás peticiones paternas (desde tomarse un zumo en la merienda hasta ir aprendiendo a recoger sus juguete, pasando por dejar lo que estaba haciendo para echarse la siesta) de lo que se trata, en líneas generales, es de reducir el número de pasos para llegar al objetivo, no pedirle al niño acciones muy complicadas (porque encontrará mil distracciones en el camino) y, por supuesto, armarnos de paciencia.
Respetar sus ritmos de aprendizaje
Las teorías que hablan de la estimulación temprana han hecho mucho bien a la sociedad y concretamente a aquellos niños de estratos sociales más desfavorecidos y que recibían una estimulación mínima. Gracias a ellas, padres, madres y profesionales nos concienciamos en su día de la importancia que tiene estimular a nuestros pequeños para que desarrollen todo su potencial. Pero desgraciadamente, la estimulación temprana se ha convertido en una moda mal entendida y que viene a ser, en parte, la culpable de que algunos niños anden tan estresados intentado memorizar tarjetas, visualizar películas educativas desde que son tiernos bebés, responder correctamente a determinadas preguntas y otras tantas actividades destinadas a estimular su inteligencia y que aplicadas todas a la vez y sistemáticamente no hacen más que saturar al niño con demasiada información que no siempre está preparado para digerir.
El error no está en estimular (que está muy bien ), sino en centrarse solamente en los logros, cuantos más mejor, cuanto más pequeños mejor y en el menor tiempo posible.
No hace falta que aprendan rápido. El nacimiento de la inteligencia es fascinante y presenciar cómo evolucionan el pensamiento y las emociones de un niño de un año es todo un lujo… pero esto es un milagro que sucede poco a poco, día a día, a base de muchos fracasos, perseverancia y por supuesto amor paterno.
La mejor estimulación es la que se adapta al niño y no al revés.. y no hay herramienta más adaptada al niño que el juego libre. Es decir que si lo que queremos es respetar sus ritmos de aprendizaje, no hay nada más fácil que dejar que sea el propio niño quien marque la pauta, el ritmo y el ámbito de sus intereses, en vez de imponerle siempre desde fuera nuestros criterios y tiempos con el fin de generar unos logros determinados (“voy a comprarle este juego de torres para que aprenda a calcular espacios” “estamos leyendo un cuento para aprender los colores” “vamos a poner esta canción para aprender a contar”).
Si tenemos paciencia y les dejamos hacer, observaremos cómo nuestros hijos descubren (casi sin ayuda) que hay otros “yoes” en el mundo además de él, que se pueden subir y bajar escaleras sin caerse, que los números van uno detrás del otro, que los colores tienen nombres diferentes, que lo que uno hizo ayer puede ser recordado hoy… y así hasta completar una larga lista de conocimientos y habilidades que se van adquiriendo entre el primer y el segundo cumpleaños con muy poquita ayuda por nuestra parte (basta con dejar a su alcance los juguetes y profundizar juntos en aquello que vemos que le interesa): sería una pena perdernos estos procesos (o bloquearlos con otros aprendizajes que corresponden a otras edades) por estar solo centrados en los logros o por querer que las cosas sucedan antes de tiempo.
Las emociones maduran despacio
Los padres ayudamos a los niños a regular sus emociones desde el momento del nacimiento y uno de los errores más comunes y paradójicamente más adaptativos durante los primeros meses es que les tratamos como si fueran mayores de lo que son. Cuando un bebé balbucea (quizá sin una finalidad concreta) ahí hay un papá o una mamá atentos a interpretar un mensaje de lo más elaborado (“quiere que le acerques ese osito” “no, que va, lo que quiere es agua” “te equivocas, me ha parecido entender que llamaba al gato”). Por eso todos los bebés nos parecen listísimos (“¡qué espabilao está este niño!”), porque mezclamos su inteligencia real (que no es poca, ojo) con nuestras adultas atribuciones. Y por eso los bebés se van haciendo listísimos.. porque nuestras interpretaciones y reacciones van configurando su mundo, sus relaciones y sus emociones.
Pero curiosamente (¿quizá porque a lo largo de este año dejan de ser bebés regordetes para pasar a asemejarse más a niños hechos y derechos?), cuando llegan a esta edad cambiamos nuestras benévolas interpretaciones por otras más retorcidas (“si cedes estás perdido” “te está chantajeando” “no dejes que te gane la partida” “hay que educarle” ) y empezamos a exigir. Les exigimos un control de sus emociones más maduro, que no se encaprichen, que sepan lo que quieren, que no tengan berrinches y que muestren gestos tan elaborados como compartir, pensar en los demás, ser prudentes, contenidos…. Y encima lo queremos para ayer.
Nos olvidamos de que, sin querer, seguimos atribuyendo nuestras expectativas y creencias a nuestros hijos. Y esas expectativas y creencias pueden estar equivocadas: de hecho, lo están si pretendemos que un niño de un año y medio funcione como uno de diez.
A estas edades, la clave de una afectividad sana no está en el control temprano de las emociones sino en la comunicación familiar y el respeto mutuo. Por eso es importante recordar que siguen siendo bebés , y que nuestras demandas deberían ser hechas teniendo en cuenta su grado de desarrollo actual (no podemos pedirle que sepa cómo calmarse en un berrinche, por ejemplo, ni que decida en dos minutos si quiere fruta o yogur).
Descubrir el mundo junto a nuestros hijos, despreocupadamente y sin prisas, nos puede dar más satisfacciones de las que pensábamos. De hecho, nuestros hijos, con su ausencia de horarios y su genuina forma de actuar, pueden ser esa isla que todos los adultos buscamos, nuestro paraíso perdido.
Violeta Alcocer para Ser Padres Hoy (copyright)Ilustración: Sarah Watts.
“Vísteme despacio que tengo prisa” dice un refrán popular, y es que de todos es sabido que los niños necesitan tomarse su tiempo para hacer las cosas, para observar, para aprender...
A estas edades, en las que empiezan a conquistar su propia autonomía, es cuando más se nota que ellos llevan su propio ritmo para todo: para desayunar (y si encima está aprendiendo a usar los cubiertos pueden pasar horas!), para ir a hacer algún recado (porque ahora le gusta caminar y se va parando en cada pequeña hormiga, hojita o papelito del suelo), para pasar de una actividad a otra… y cuanto más rápido queremos ir nosotros es peor, porque precisamente en la etapa del “no” por excelencia pocas veces conseguiremos que se hagan las cosas a tiempo (y no es extraño que nos llevemos también algún que otro berrinche de regalo).
Pero ¿por qué son nuestros pequeños tan lentos para todo? ¿Por qué tardan tanto en aprender algunas cosas?
En realidad, a nuestros hijos no les pasa nada: ¡nos pasa a nosotros, adultos estresados y acostumbrados a hacerlo todo con el reloj en la mano!
Si nos paramos a pensar, nos daremos cuenta de que toda nuestra sociedad está construida en base a la velocidad y los logros. Nuestra eficacia personal se mide en términos de velocidad: cuánto tiempo tardamos en conseguir lo que queremos, en llegar al trabajo desde casa, en recuperarnos de un trauma afectivo, en hacer nuestras tareas… ¡prisas, prisas, prisas para todo!
Los papás, sin darnos cuenta, trasladamos a nuestros hijos estos esquemas y esperamos de ellos que funcionen igual que nosotros: queremos que jueguen de tal manera y en determinado tiempo (jamás el juego de los niños estuvo tan dirigido como ahora), que aprendan determinadas destrezas y cuanto antes mejor (solo hay que escuchar una conversación al azar en el parque para ver cómo madres y padres compiten y enumeran las adquisiciones tempranas de sus hijos: “el mío empezó a caminar con diez meses” “pues el mío ya se sabe veinte animales”), que duerman solos y del tirón cuanto antes (aunque no estén preparados), que se coman un bistec de mastodonte en un tiempo record o que modulen sus emociones al más puro estilo zen.
Lo que crea problemas no es la lentitud de los niños, sino el desajuste entre sus ritmos y los nuestros, sus necesidades y las nuestras.
Está claro que no podemos vivir aislados del reloj: los horarios son importantes porque nos ayudan a estructurar nuestra actividad diaria y a los niños les ayuda a ir generando una estructura interna con pautas claras.
Y tampoco podemos vivir sin incentivar a nuestros hijos para que optimicen todo su potencial, preparándoles así para el competitivo mundo que nos ha tocado (y les ha tocado) vivir. En cualquier caso, tenemos toda una vida para ello.
Pero ¿cómo conseguir que el día a día no sea una lucha diaria entre ellos (nuestras pequeñas tortuguitas) y nosotros (las rápidas liebres)?
Lentos para todo
Hay que reconocer que la paciencia paterna llega a su máximo esplendor en esta etapa en la que los niños se lo toman todo con una parsimonia que altera a cualquiera. Pero lo cierto es que a quitarse el pijama o a comerse una tortilla con tenedor no se aprende de un día para otro, sino que se aprende ensayando, descansando, pensando en otras cosas, intentándolo de nuevo… Hacer las cosas por uno mismo lleva tiempo. Y seguir las rutinas diarias da pereza (y más aún cuando, después de todo lo que ha tardado en meterse en la bañera, ¡queremos obligarle a salir a los pocos minutos porque se enfría la cena!).
Es cierto, ellos son lentos. Pero fijémonos en nosotros y nuestros objetivos: nos pasamos el día achuchándoles para que lo hagan todo rápido, rápido.. y al final conseguimos lo contrario y pasan los meses y nada cambia (seguimos tardando una hora en convencerle para que se ponga el dichoso abrigo). ¿Y por qué? Pues muy sencillo: si cada vez que nuestros hijos emprenden un hábito diario por sí mismos (por ejemplo, lavarse los dientes) nosotros les agobiamos para que terminen cuanto antes (“venga acaba ya que no llegamos” “vamos cariño que no llegamos” “por favor termina eso que hay que hacer lo otro”) , lo que estamos enseñándoles es a hacer las cosas rápido, no a hacerlas bien. Si les damos un poco de margen y les dejamos ir a su ritmo durante un tiempo, lo más probable es que sean ellos solos los que estén deseando pasar a otra cosa rápidamente una vez dominado el tema (incluso puede que hasta estén deseando mostrarnos lo bien y lo rápido que son capaces de meter los calcetines en la lavadora ellos solitos).
Puede que tarden más tiempo del previsto en hacer las cosas como a nosotros nos gustaría. Incluso puede que lo que a nosotros nos gustaría fuera que no quisieran hacer tantas cosas solos (con lo cómodo que era la teta y ahora se empeña en comer él solito sus cereales con cuchara!!)… pero la realidad es que a esta edad están deseando hacer las cosas por ellos mismos, que hay que permitírselo por su propio bien (excepto aquellas que sean peligrosas) y que no van a aprender más rápido por el hecho de achucharles, sino que van a tardar lo mismo (hagan la prueba).
Así que una buena estrategia es cambiar el “vamos, que hay prisa” por el elogio más sincero a sus esfuerzos .
Lo único que tenemos que hacer nosotros es ser lo más flexibles que podamos con nuestro propio tiempo y nuestros planes; y además tener siempre en cuenta que lo que importa es el proceso, no el resultado. ¿Por qué agobiarnos porque no vamos a llegar al parque porque el pequeño se va parando en todos los escaparates? ¿Acaso es tan importante llegar? Si al pequeño le gusta más mirar escaparates, será porque le parecen más divertidos que el parque (donde además mamá espera que socialice- es decir que comparta sus juguetes- con lo poco que le gusta!).
Y hablando de paseos ¡hay que ver lo que nos gusta a los padres recorrer las calles con el niño de mano a salto de mata! Con sus cortas piernecitas es imposible que un pequeño de dos años pueda llevar nuestra velocidad porque no solo es capaz de alcanzar nuestra zancada, es que se cansa el doble porque es como si hiciera el doble de recorrido (observemos cuántos pasos da un niño por cada paso de un adulto). De ahí que a mitad de recorrido el noventa por ciento de los niños menores de dos años pidan que les cojamos en brazos o (si tienen destreza con su lenguaje) que vayamos más despacio.. y aún les miramos extrañados.
En cuanto a las rutinas diarias y demás peticiones paternas (desde tomarse un zumo en la merienda hasta ir aprendiendo a recoger sus juguete, pasando por dejar lo que estaba haciendo para echarse la siesta) de lo que se trata, en líneas generales, es de reducir el número de pasos para llegar al objetivo, no pedirle al niño acciones muy complicadas (porque encontrará mil distracciones en el camino) y, por supuesto, armarnos de paciencia.
Respetar sus ritmos de aprendizaje
Las teorías que hablan de la estimulación temprana han hecho mucho bien a la sociedad y concretamente a aquellos niños de estratos sociales más desfavorecidos y que recibían una estimulación mínima. Gracias a ellas, padres, madres y profesionales nos concienciamos en su día de la importancia que tiene estimular a nuestros pequeños para que desarrollen todo su potencial. Pero desgraciadamente, la estimulación temprana se ha convertido en una moda mal entendida y que viene a ser, en parte, la culpable de que algunos niños anden tan estresados intentado memorizar tarjetas, visualizar películas educativas desde que son tiernos bebés, responder correctamente a determinadas preguntas y otras tantas actividades destinadas a estimular su inteligencia y que aplicadas todas a la vez y sistemáticamente no hacen más que saturar al niño con demasiada información que no siempre está preparado para digerir.
El error no está en estimular (que está muy bien ), sino en centrarse solamente en los logros, cuantos más mejor, cuanto más pequeños mejor y en el menor tiempo posible.
No hace falta que aprendan rápido. El nacimiento de la inteligencia es fascinante y presenciar cómo evolucionan el pensamiento y las emociones de un niño de un año es todo un lujo… pero esto es un milagro que sucede poco a poco, día a día, a base de muchos fracasos, perseverancia y por supuesto amor paterno.
La mejor estimulación es la que se adapta al niño y no al revés.. y no hay herramienta más adaptada al niño que el juego libre. Es decir que si lo que queremos es respetar sus ritmos de aprendizaje, no hay nada más fácil que dejar que sea el propio niño quien marque la pauta, el ritmo y el ámbito de sus intereses, en vez de imponerle siempre desde fuera nuestros criterios y tiempos con el fin de generar unos logros determinados (“voy a comprarle este juego de torres para que aprenda a calcular espacios” “estamos leyendo un cuento para aprender los colores” “vamos a poner esta canción para aprender a contar”).
Si tenemos paciencia y les dejamos hacer, observaremos cómo nuestros hijos descubren (casi sin ayuda) que hay otros “yoes” en el mundo además de él, que se pueden subir y bajar escaleras sin caerse, que los números van uno detrás del otro, que los colores tienen nombres diferentes, que lo que uno hizo ayer puede ser recordado hoy… y así hasta completar una larga lista de conocimientos y habilidades que se van adquiriendo entre el primer y el segundo cumpleaños con muy poquita ayuda por nuestra parte (basta con dejar a su alcance los juguetes y profundizar juntos en aquello que vemos que le interesa): sería una pena perdernos estos procesos (o bloquearlos con otros aprendizajes que corresponden a otras edades) por estar solo centrados en los logros o por querer que las cosas sucedan antes de tiempo.
Las emociones maduran despacio
Los padres ayudamos a los niños a regular sus emociones desde el momento del nacimiento y uno de los errores más comunes y paradójicamente más adaptativos durante los primeros meses es que les tratamos como si fueran mayores de lo que son. Cuando un bebé balbucea (quizá sin una finalidad concreta) ahí hay un papá o una mamá atentos a interpretar un mensaje de lo más elaborado (“quiere que le acerques ese osito” “no, que va, lo que quiere es agua” “te equivocas, me ha parecido entender que llamaba al gato”). Por eso todos los bebés nos parecen listísimos (“¡qué espabilao está este niño!”), porque mezclamos su inteligencia real (que no es poca, ojo) con nuestras adultas atribuciones. Y por eso los bebés se van haciendo listísimos.. porque nuestras interpretaciones y reacciones van configurando su mundo, sus relaciones y sus emociones.
Pero curiosamente (¿quizá porque a lo largo de este año dejan de ser bebés regordetes para pasar a asemejarse más a niños hechos y derechos?), cuando llegan a esta edad cambiamos nuestras benévolas interpretaciones por otras más retorcidas (“si cedes estás perdido” “te está chantajeando” “no dejes que te gane la partida” “hay que educarle” ) y empezamos a exigir. Les exigimos un control de sus emociones más maduro, que no se encaprichen, que sepan lo que quieren, que no tengan berrinches y que muestren gestos tan elaborados como compartir, pensar en los demás, ser prudentes, contenidos…. Y encima lo queremos para ayer.
Nos olvidamos de que, sin querer, seguimos atribuyendo nuestras expectativas y creencias a nuestros hijos. Y esas expectativas y creencias pueden estar equivocadas: de hecho, lo están si pretendemos que un niño de un año y medio funcione como uno de diez.
A estas edades, la clave de una afectividad sana no está en el control temprano de las emociones sino en la comunicación familiar y el respeto mutuo. Por eso es importante recordar que siguen siendo bebés , y que nuestras demandas deberían ser hechas teniendo en cuenta su grado de desarrollo actual (no podemos pedirle que sepa cómo calmarse en un berrinche, por ejemplo, ni que decida en dos minutos si quiere fruta o yogur).
Descubrir el mundo junto a nuestros hijos, despreocupadamente y sin prisas, nos puede dar más satisfacciones de las que pensábamos. De hecho, nuestros hijos, con su ausencia de horarios y su genuina forma de actuar, pueden ser esa isla que todos los adultos buscamos, nuestro paraíso perdido.
Violeta Alcocer para Ser Padres Hoy (copyright)Ilustración: Sarah Watts.
¿Qué son las rabietas? Por Laura Perales
(Texto de Laura Perales. Psicóloga, madre y dueña de www.renacuajos.com)
Son un modo de expresión emocional de los niños. Ignorarlas es ignorar sus emociones.
Los niños sienten emociones de un modo intenso y puro, por lo que su expresión emocional también es pura e intensa (lo cual no significa que exageren o hagan teatro como atribuyen muchos adultos). Son emociones del aquí y ahora (no por llorar y al rato reír nos toman el pelo, realmente sienten ambas cosas en momentos diferentes), emociones verdaderas que aun no están mediadas por el cerebro superior cortical y racional. No existe la barrera de razonamiento que proporciona ese área cerebral.
Por el mismo motivo tampoco existe esa barrera cortical para frenar el impacto emocional y lo que sufrimos en esta etapa de nuestra vida nos marca para lo que queda de la misma. Es de vital importancia cómo tratamos a nuestros hijos en otros temas y por supuesto en este de las rabietas. Lo que hagamos va a condicionar el resto de su vida.
Una rabieta es un modo de comunicar. Si es ignorada esa comunicación ha fracasado. Si es ignorada y el niño al final se "calma" no se ha conseguido nada bueno, lo que se ha conseguido es que el niño llegue a una fase de resignación que trae de la mano consecuencias muy peligrosas como la ansiedad o la depresión (indefensión aprendida).
Los niños no buscan manipular, ni quedar por encima de nadie. Eso son atribuciones adultas que además dicen mucho sobre nuestras propias vivencias infantiles.
Al reprimir o ignorar una rabieta estamos transmitiendo un mensaje al niño: no expreses tus emociones, no nos gusta. Incluso el niño puede temer un abandono por parte de los padres. De este modo el niño aprende a no expresar lo que siente y a ser un niño "bueno", lo cual por desgracia es aprobado socialmente, pero qué lejos está de la realidad, que es ni más ni menos que una base de emociones reprimidas que son una bomba de relojería camufladas bajo una máscara de amabilidad, la creación de una coraza psicológica y corporal en la que se crean tensiones musculares crónicas correspondientes a la zona del cuerpo en apogeo del desarrollo en ese momento evolutivo. Esto nos acompaña toda la vida, condicionando nuestra existencia en cuanto a nuestras acciones (conscientes e inconscientes), nuestra percepción, incluso la vida de nuestros hijos.
El niño que no tiene rabietas...mal vamos...
El problema de la lucha de poder
Cómo nos alteran las rabietas. Normal, hacen salir de nosotros nuestros fantasmas del pasado. Nuestros hijos pasan a ser enemigos manipuladores en una lucha de poder. Qué alejada está la verdad de esto, como ya hemos comentado antes.
Nos alteran tanto que perdemos de vista la lógica:
-Enfocamos nuestra intención en finalizar la rabieta (sobre todo si tenemos público, cosa que parece importar mucho más por el qué pensarán) sin darnos cuenta de que no es eso lo que importa. Lo que importa es que el niño se sienta acompañado, querido de modo incondicional, que verbalicemos sus emociones y las nuestras para ayudarle a identificarlas y gestionarlas. La rabieta puede durar lo que dure, eso no es lo que importa.
-Por el mismo motivo enfocamos nuestra intención en evitar que se produzca la rabieta, pero de un modo erróneo. En vez de anticiparnos a ella cuando es posible hacerlo (por ejemplo si sabemos que a cierta hora empieza a tener hambre podemos hacer la comida, si sabemos que va a querer coger algo que no debe coger podemos dar un rodeo sin pasar cerca, o si es algo de nuestra casa simplemente no dejarlo a su alcance), lo que hacemos es reprimirla expresando desaprobación o rabia, lo cual es tremendamente paradójico si tenemos en cuenta el aprendizaje vicario (mediante el ejemplo) y su gran peso en el comportamiento de nuestros hijos (ofreciéndoles además escenas diarias de rabia en peleas conyugales o con otros adultos).
-Perdemos de vista lo que realmente aprenden nuestros hijos y damos importancia a cosas que no deberían tenerla. Por ejemplo, en el caso de pegar, ¿qué es lo que tememos? porque una cosa es la agresividad natural y otra la destructividad, donde precisamente les llevamos con esta represión emocional. La agresividad aparece como defensa, imitación o desahogo de situaciones estresantes (como una crianza autoritaria) y si es reprimida aparece la destructividad y la violencia. Hay que buscar las causas, no reprimir el síntoma. Parece que importa más que el niño no pegue a ningún otro en el colegio, o que no lo vea nadie, al aprendizaje que va a acompañar al niño en su vida. Si cuando pegan en vez de decirles que eso no se hace verbalizamos lo que ellos y nosotros sentimos, si le damos herramientas de descarga (como verbalizar o permitir que verbalicen, separar a los niños para que expresen su rabia de otro modo pero que siempre la expresen), todo irá mucho mejor. Pasa lo mismo con el tema de compartir, la gran obsesión de los padres cuando están en público con más padres con niños. Un niño antes de los 3-4 años no comprende que hay que compartir porque está en plena fase egocéntrica y no es capaz de comprender lo que sienten los demás. Después de esa edad les puede resultar violento porque son cosas que perciben como suyas y no entienden por qué mamá o papá se transforman cuando hay otras personas delante y les piden esas cosas. Si a papá o a mamá les quitasen sus pertenencias por la calle mientras les dicen que hay que compartir con un tono paternalista que da escalofríos papá y mamá se enfadarían mucho, se rebelarían e incluso pondrían una denuncia.
-En la obsesión por la lucha de poder no vemos cosas obvias. Un ejemplo anoche en mi propia casa a la hora de dormir: Mi hijo estaba pidiendo galletas de fresa. Su padre estaba en la cocina y desde el dormitorio escuché como se las negaba y el niño comenzaba a rabiar. Tuve que ir para decirle que el niño ya había cenado y que no pasaba nada si quería unas galletas, aparte de que conociendo al niño sabía que lo que quería no era comer galletas, sino llevarse a dormir el paquete en el que vienen envueltas sin llegar a abrirlas (todas las noches se lleva algo a dormir, ya sea un muñeco, una tapa o esta vez esto). Es decir, lo que quería era irse a dormir. Le dio el paquete, el niño vino a la cama contento y se quedó dormido con el paquete intacto en la mano. Pero si no cambias el enfoque por el del niño, si no eres capaz de llegar a comprender por qué actúa de ese modo, qué es lo que quiere realmente, adaptándote tanto a lo que el niño entiende por la fase evolutiva en la que se encuentre como a lo que conoces de tu propio hijo...no vas a comprender nada, porque el enfoque seguirá siendo adulto y con atribuciones falsas.
-A veces simplemente están cansados porque no han dormido bien, porque están enfermos, o porque llevan un día muy movido. En esos momentos es fácil que tengan rabietas, y en esos momentos es cuando más necesitan que estemos ahí y que sepamos que esto puede ocurrir. ¡Cuando nosotros tenemos un mal día o estamos enfermos o cansados también tenemos rabietas! De hecho estamos a la que salta, irascibles, nos enfadamos por cosas que no vienen a cuento. Imaginémonos por un momento que entonces nos ignoran, nos responden con rabia o nos reprimen, ¿qué sentiríamos? Ahora traslademos ese sentimiento a un niño que nos idolatra, para el que somos la base de seguridad y referencia emocional, al que el impacto emocional llega directamente por esa ausencia de protección cortical. Efectivamente, les afecta muchísimo más que a nosotros, les marca.
-Nos tomamos al pie de la letra lo que dicen los niños y lo dramatizamos. Un niño puede decirle a su madre que quiere que se muera porque está muy enfadado. Nosotros podemos reaccionar de dos maneras: exagerando y culpabilizando al niño o del modo sano, que sería diciéndoles que vemos lo enfadados que están.
-Muchas veces nosotros creamos la rabieta. Un ejemplo es el que he puesto antes de mi marido y las galletas. Otro ejemplo común es obligarles a hacer cosas sin tener en cuenta cómo es el mundo infantil en el que viven todo mediante la imaginación, el juego y la experiencia. En este caso el niño no aprende a autorregularse, no integra, no saca más aprendizaje que el sometimiento (eso si, luego paradójicamente pedimos adultos independientes y con iniciativa). Si un niño no quiere vestirse, podemos dejar que elija su ropa, o darle vida a la ropa jugando, o apelar a su imaginación diciendo que es una armadura de caballero o escamas de un dragón, o simplemente si hace frío dejar pasar unos minutos para que sea el mismo niño el que vea que necesita ir vestido y aprenda verdaderamente sobre el motivo de ello.
-Se parte de una premisa falsa, la necesidad de frustrar a los niños desde pequeños "para enfrentarles a la realidad" (Teoría de la frustración de Freud). Esto pudimos verlo hace poco en otro desafortunado (porque no se le contestó con base) programa de televisión en el que María Luisa Ferrerós, lobo con piel de cordero donde los haya, dejaba caer este argumento entre otras lindezas como que a los niños les ofreces la mano y te cogen hasta el hombro y las "consecuencias pedagógicas", todo debidamente maquillado entre un discurso destinado a confundir sobre su inclinación conductista (además discípula de Estivill) y a vender libros:
Un niño no aprende correctamente mediante la frustración de sus instintos o emociones. Aprende mediante el placer, la imitación, y como hemos dicho antes mediante el juego, la imaginación y la experiencia propia (no impuesta). Precisamente si lo que queremos es que puedan hacer frente a la vida debemos proporcionarle un entorno donde desarrollarse en base a todo esto para que se forme una persona fuerte, que sabe lo que siente y sabe gestionarlo, que es capaz de ponerse en el lugar de los demás, que es capaz de afrontar situaciones difíciles sin derrumbarse porque cuando necesitó que su base se formase tuvo esa seguridad y esa calidez. Frustrándole estamos enseñándole todo lo contrario y así le va al mundo, lleno de personas enfermas que no saben ni lo que sienten, deprimidos, infelices, violentos...condicionados para toda su vida por esta represión y negación constante en su infancia.
-La rabia y el miedo son emociones igual de válidas que las vistas como positivas. Se alienta en el niño la expresión de la alegría porque nos produce bienestar mientras se reprimen la rabia y el miedo. El problema no está en el niño, está en nosotros. Hay que pensar por qué sentimos ese rechazo, mirar hacia nuestra infancia y comprender que lo que hay que solucionar está en nuestro interior, no en el niño.
-Hay que tenerles en cuenta como personas. Si nosotros estamos haciendo algo y nos interrumpen no dejamos lo que estamos haciendo para responder de modo inmediato, de hecho hasta nos enfadamos porque nos interrumpen porque para nosotros lo que estamos haciendo es importante. En cambio exigimos a los niños respuesta inmediata cuando estén haciendo lo que estén haciendo (cosa que no es relevante porque para ellos es importante aunque sea jugar) lo dejen para que por ejemplo vengan a comer. Es más, se lo pedimos incluso desde otra habitación, en vez de acercarnos, ponernos a su nivel agachándonos y decirles que sabemos que están pasándoselo muy bien jugando pero que hemos hecho la cena y esta se enfría, que nos acompañen a cenar, para lo que podemos ir jugando a que somos leones que van a cuatro patas a cenar.
-A veces las rabietas se producen si o si. Si el niño no entra en el juego o alguna otra técnica y estamos hablando de algo que realmente no puede hacer, como por ejemplo jugar en una carretera o alimentarse de chucherías, hay que establecer el límite. A veces veo padres que con tal de evitar esa rabieta que les produce tanto malestar dejan a sus hijos hacer esas cosas. Es tan malo poner límites de modo autoritario (es tan perjudicial el castigo como el premio, que por ser refuerzo positivo no deja de ser algo a cambio y no se integra el aprendizaje) como la ausencia de ellos en situaciones de lógica en las que si debe haberlos. No es importante que se produzca o no esta rabieta, lo que es importante es lo de siempre: que el niño se sienta comprendido, querido y acompañado y en este caso que sepa que no puede hacer X porque es dañino para él.
Aparte de todo lo dicho ya como herramientas (dar vida a los objetos, tirar de la imaginación y el juego, anticipar...) podemos facilitar al niño que descargue su agresividad por ejemplo con peleas con churros de piscina toda la familia, o si está enfadado con nosotros le podemos proponer dibujar cómo se siente y que incluso pueda dibujarnos a nosotros y luego romper el dibujo. También puede servirnos como herramienta proponer que haga una canción contando lo que siente, o que nos lo represente con un teatrillo o escenificando con un muñeco lo que ha pasado, escribirle las cosas en notas graciosas o hacer entradas a modo de pregonero, todo a modo de broma...
La distracción juega un papel muy importante dada la forma en que sienten las emociones (puras, intensas y del momento), una vez que le ha quedado claro que sabemos lo que siente y que estamos a su lado y le queremos podemos distraerlo con un juego que le guste, o con una canción que podemos dejar incompleta para que la vaya completando.
Hacer tonterías con los niños es maravilloso. Ver cómo sus ojos se iluminan, cómo entran en el juego, cómo aportan sus ideas, cómo se ríen. La imaginación es nuestra gran aliada para acompañar a nuestros hijos. Ayer comentaba con un grupo de amigas sobre un niño que no había querido lavarse las manos, les decía si los adultos se las habían lavado también, pero sobre todo planteaba el juego y la imaginación, proponiendo a la mamá que enseñase al niño imágenes de microbios en Internet diciendo que menuda cara de patata tenía ese microbio y tonterías así, para luego ir a lavarlos de las manos mientras le decía que acababa de ver caer de una mano a uno con cara de boniato, entre risas, juego y complicidad. En vez de eso (no en el caso de este grupo de amigas, afortunadamente, pero si es lo habitual) se recurre a la imposición o a ignorar, creando y recrudeciendo la rabieta, con malestar para todos, niños y padres, en ausencia de aprendizaje.
Si nosotros integramos esto, nos será fácil ver esa mirada de niño, comprenderlo, ponernos a su altura y disfrutar jugando y haciendo tonterías. Aparte de ser lo mejor para nuestros hijos es muy divertido.
Con sus rabietas sentiremos rabia, incluso a veces odio. Vendrá la culpa por sentir esto hacia nuestros hijos. Pero no debemos olvidar que son emociones normales, que nos han enseñado a rechazarlas y por eso las rechazamos en nuestros hijos. Lidiemos con ellas, aceptemoslas, sepamos de dónde vienen...y una vez liberados de la culpa disfrutemos del juego.
Laura Perales. Psicóloga, madre y dueña de www.renacuajos.com
PD: Os dejo un vídeo en dos partes sobre como un papá evita una rabieta sin frustrarla y pone un límite, la niña quería salir a la calle pero evidentemente no podía salir sola. Está en portugués pero más o menos se entiende, la niña le dice que por qué está cerrada la puerta y que la abra, el papá en vez de entrar en bucle y decirla que no puede salir de modo autoritario le pregunta que quiere hacer fuera (y ella dice que mirar) y entran en un dialogo puramente de niño que finaliza con juego por parte del padre con una tontería como es acercarle la cámara varias veces y alejarse, la niña entra al juego y ya está! ya se le olvidó que quería salir fuera..
PARTE 1
PARTE 2
Son un modo de expresión emocional de los niños. Ignorarlas es ignorar sus emociones.
Los niños sienten emociones de un modo intenso y puro, por lo que su expresión emocional también es pura e intensa (lo cual no significa que exageren o hagan teatro como atribuyen muchos adultos). Son emociones del aquí y ahora (no por llorar y al rato reír nos toman el pelo, realmente sienten ambas cosas en momentos diferentes), emociones verdaderas que aun no están mediadas por el cerebro superior cortical y racional. No existe la barrera de razonamiento que proporciona ese área cerebral.
Por el mismo motivo tampoco existe esa barrera cortical para frenar el impacto emocional y lo que sufrimos en esta etapa de nuestra vida nos marca para lo que queda de la misma. Es de vital importancia cómo tratamos a nuestros hijos en otros temas y por supuesto en este de las rabietas. Lo que hagamos va a condicionar el resto de su vida.
Una rabieta es un modo de comunicar. Si es ignorada esa comunicación ha fracasado. Si es ignorada y el niño al final se "calma" no se ha conseguido nada bueno, lo que se ha conseguido es que el niño llegue a una fase de resignación que trae de la mano consecuencias muy peligrosas como la ansiedad o la depresión (indefensión aprendida).
Los niños no buscan manipular, ni quedar por encima de nadie. Eso son atribuciones adultas que además dicen mucho sobre nuestras propias vivencias infantiles.
Al reprimir o ignorar una rabieta estamos transmitiendo un mensaje al niño: no expreses tus emociones, no nos gusta. Incluso el niño puede temer un abandono por parte de los padres. De este modo el niño aprende a no expresar lo que siente y a ser un niño "bueno", lo cual por desgracia es aprobado socialmente, pero qué lejos está de la realidad, que es ni más ni menos que una base de emociones reprimidas que son una bomba de relojería camufladas bajo una máscara de amabilidad, la creación de una coraza psicológica y corporal en la que se crean tensiones musculares crónicas correspondientes a la zona del cuerpo en apogeo del desarrollo en ese momento evolutivo. Esto nos acompaña toda la vida, condicionando nuestra existencia en cuanto a nuestras acciones (conscientes e inconscientes), nuestra percepción, incluso la vida de nuestros hijos.
El niño que no tiene rabietas...mal vamos...
El problema de la lucha de poder
Cómo nos alteran las rabietas. Normal, hacen salir de nosotros nuestros fantasmas del pasado. Nuestros hijos pasan a ser enemigos manipuladores en una lucha de poder. Qué alejada está la verdad de esto, como ya hemos comentado antes.
Nos alteran tanto que perdemos de vista la lógica:
-Enfocamos nuestra intención en finalizar la rabieta (sobre todo si tenemos público, cosa que parece importar mucho más por el qué pensarán) sin darnos cuenta de que no es eso lo que importa. Lo que importa es que el niño se sienta acompañado, querido de modo incondicional, que verbalicemos sus emociones y las nuestras para ayudarle a identificarlas y gestionarlas. La rabieta puede durar lo que dure, eso no es lo que importa.
-Por el mismo motivo enfocamos nuestra intención en evitar que se produzca la rabieta, pero de un modo erróneo. En vez de anticiparnos a ella cuando es posible hacerlo (por ejemplo si sabemos que a cierta hora empieza a tener hambre podemos hacer la comida, si sabemos que va a querer coger algo que no debe coger podemos dar un rodeo sin pasar cerca, o si es algo de nuestra casa simplemente no dejarlo a su alcance), lo que hacemos es reprimirla expresando desaprobación o rabia, lo cual es tremendamente paradójico si tenemos en cuenta el aprendizaje vicario (mediante el ejemplo) y su gran peso en el comportamiento de nuestros hijos (ofreciéndoles además escenas diarias de rabia en peleas conyugales o con otros adultos).
-Perdemos de vista lo que realmente aprenden nuestros hijos y damos importancia a cosas que no deberían tenerla. Por ejemplo, en el caso de pegar, ¿qué es lo que tememos? porque una cosa es la agresividad natural y otra la destructividad, donde precisamente les llevamos con esta represión emocional. La agresividad aparece como defensa, imitación o desahogo de situaciones estresantes (como una crianza autoritaria) y si es reprimida aparece la destructividad y la violencia. Hay que buscar las causas, no reprimir el síntoma. Parece que importa más que el niño no pegue a ningún otro en el colegio, o que no lo vea nadie, al aprendizaje que va a acompañar al niño en su vida. Si cuando pegan en vez de decirles que eso no se hace verbalizamos lo que ellos y nosotros sentimos, si le damos herramientas de descarga (como verbalizar o permitir que verbalicen, separar a los niños para que expresen su rabia de otro modo pero que siempre la expresen), todo irá mucho mejor. Pasa lo mismo con el tema de compartir, la gran obsesión de los padres cuando están en público con más padres con niños. Un niño antes de los 3-4 años no comprende que hay que compartir porque está en plena fase egocéntrica y no es capaz de comprender lo que sienten los demás. Después de esa edad les puede resultar violento porque son cosas que perciben como suyas y no entienden por qué mamá o papá se transforman cuando hay otras personas delante y les piden esas cosas. Si a papá o a mamá les quitasen sus pertenencias por la calle mientras les dicen que hay que compartir con un tono paternalista que da escalofríos papá y mamá se enfadarían mucho, se rebelarían e incluso pondrían una denuncia.
-En la obsesión por la lucha de poder no vemos cosas obvias. Un ejemplo anoche en mi propia casa a la hora de dormir: Mi hijo estaba pidiendo galletas de fresa. Su padre estaba en la cocina y desde el dormitorio escuché como se las negaba y el niño comenzaba a rabiar. Tuve que ir para decirle que el niño ya había cenado y que no pasaba nada si quería unas galletas, aparte de que conociendo al niño sabía que lo que quería no era comer galletas, sino llevarse a dormir el paquete en el que vienen envueltas sin llegar a abrirlas (todas las noches se lleva algo a dormir, ya sea un muñeco, una tapa o esta vez esto). Es decir, lo que quería era irse a dormir. Le dio el paquete, el niño vino a la cama contento y se quedó dormido con el paquete intacto en la mano. Pero si no cambias el enfoque por el del niño, si no eres capaz de llegar a comprender por qué actúa de ese modo, qué es lo que quiere realmente, adaptándote tanto a lo que el niño entiende por la fase evolutiva en la que se encuentre como a lo que conoces de tu propio hijo...no vas a comprender nada, porque el enfoque seguirá siendo adulto y con atribuciones falsas.
-A veces simplemente están cansados porque no han dormido bien, porque están enfermos, o porque llevan un día muy movido. En esos momentos es fácil que tengan rabietas, y en esos momentos es cuando más necesitan que estemos ahí y que sepamos que esto puede ocurrir. ¡Cuando nosotros tenemos un mal día o estamos enfermos o cansados también tenemos rabietas! De hecho estamos a la que salta, irascibles, nos enfadamos por cosas que no vienen a cuento. Imaginémonos por un momento que entonces nos ignoran, nos responden con rabia o nos reprimen, ¿qué sentiríamos? Ahora traslademos ese sentimiento a un niño que nos idolatra, para el que somos la base de seguridad y referencia emocional, al que el impacto emocional llega directamente por esa ausencia de protección cortical. Efectivamente, les afecta muchísimo más que a nosotros, les marca.
-Nos tomamos al pie de la letra lo que dicen los niños y lo dramatizamos. Un niño puede decirle a su madre que quiere que se muera porque está muy enfadado. Nosotros podemos reaccionar de dos maneras: exagerando y culpabilizando al niño o del modo sano, que sería diciéndoles que vemos lo enfadados que están.
-Muchas veces nosotros creamos la rabieta. Un ejemplo es el que he puesto antes de mi marido y las galletas. Otro ejemplo común es obligarles a hacer cosas sin tener en cuenta cómo es el mundo infantil en el que viven todo mediante la imaginación, el juego y la experiencia. En este caso el niño no aprende a autorregularse, no integra, no saca más aprendizaje que el sometimiento (eso si, luego paradójicamente pedimos adultos independientes y con iniciativa). Si un niño no quiere vestirse, podemos dejar que elija su ropa, o darle vida a la ropa jugando, o apelar a su imaginación diciendo que es una armadura de caballero o escamas de un dragón, o simplemente si hace frío dejar pasar unos minutos para que sea el mismo niño el que vea que necesita ir vestido y aprenda verdaderamente sobre el motivo de ello.
-Se parte de una premisa falsa, la necesidad de frustrar a los niños desde pequeños "para enfrentarles a la realidad" (Teoría de la frustración de Freud). Esto pudimos verlo hace poco en otro desafortunado (porque no se le contestó con base) programa de televisión en el que María Luisa Ferrerós, lobo con piel de cordero donde los haya, dejaba caer este argumento entre otras lindezas como que a los niños les ofreces la mano y te cogen hasta el hombro y las "consecuencias pedagógicas", todo debidamente maquillado entre un discurso destinado a confundir sobre su inclinación conductista (además discípula de Estivill) y a vender libros:
Para Todos La 2 - Debate: La crianza con apego: ¿produce adultos más empáticos y disciplinados?
Un niño no aprende correctamente mediante la frustración de sus instintos o emociones. Aprende mediante el placer, la imitación, y como hemos dicho antes mediante el juego, la imaginación y la experiencia propia (no impuesta). Precisamente si lo que queremos es que puedan hacer frente a la vida debemos proporcionarle un entorno donde desarrollarse en base a todo esto para que se forme una persona fuerte, que sabe lo que siente y sabe gestionarlo, que es capaz de ponerse en el lugar de los demás, que es capaz de afrontar situaciones difíciles sin derrumbarse porque cuando necesitó que su base se formase tuvo esa seguridad y esa calidez. Frustrándole estamos enseñándole todo lo contrario y así le va al mundo, lleno de personas enfermas que no saben ni lo que sienten, deprimidos, infelices, violentos...condicionados para toda su vida por esta represión y negación constante en su infancia.
-La rabia y el miedo son emociones igual de válidas que las vistas como positivas. Se alienta en el niño la expresión de la alegría porque nos produce bienestar mientras se reprimen la rabia y el miedo. El problema no está en el niño, está en nosotros. Hay que pensar por qué sentimos ese rechazo, mirar hacia nuestra infancia y comprender que lo que hay que solucionar está en nuestro interior, no en el niño.
-Hay que tenerles en cuenta como personas. Si nosotros estamos haciendo algo y nos interrumpen no dejamos lo que estamos haciendo para responder de modo inmediato, de hecho hasta nos enfadamos porque nos interrumpen porque para nosotros lo que estamos haciendo es importante. En cambio exigimos a los niños respuesta inmediata cuando estén haciendo lo que estén haciendo (cosa que no es relevante porque para ellos es importante aunque sea jugar) lo dejen para que por ejemplo vengan a comer. Es más, se lo pedimos incluso desde otra habitación, en vez de acercarnos, ponernos a su nivel agachándonos y decirles que sabemos que están pasándoselo muy bien jugando pero que hemos hecho la cena y esta se enfría, que nos acompañen a cenar, para lo que podemos ir jugando a que somos leones que van a cuatro patas a cenar.
-A veces las rabietas se producen si o si. Si el niño no entra en el juego o alguna otra técnica y estamos hablando de algo que realmente no puede hacer, como por ejemplo jugar en una carretera o alimentarse de chucherías, hay que establecer el límite. A veces veo padres que con tal de evitar esa rabieta que les produce tanto malestar dejan a sus hijos hacer esas cosas. Es tan malo poner límites de modo autoritario (es tan perjudicial el castigo como el premio, que por ser refuerzo positivo no deja de ser algo a cambio y no se integra el aprendizaje) como la ausencia de ellos en situaciones de lógica en las que si debe haberlos. No es importante que se produzca o no esta rabieta, lo que es importante es lo de siempre: que el niño se sienta comprendido, querido y acompañado y en este caso que sepa que no puede hacer X porque es dañino para él.
Aparte de todo lo dicho ya como herramientas (dar vida a los objetos, tirar de la imaginación y el juego, anticipar...) podemos facilitar al niño que descargue su agresividad por ejemplo con peleas con churros de piscina toda la familia, o si está enfadado con nosotros le podemos proponer dibujar cómo se siente y que incluso pueda dibujarnos a nosotros y luego romper el dibujo. También puede servirnos como herramienta proponer que haga una canción contando lo que siente, o que nos lo represente con un teatrillo o escenificando con un muñeco lo que ha pasado, escribirle las cosas en notas graciosas o hacer entradas a modo de pregonero, todo a modo de broma...
La distracción juega un papel muy importante dada la forma en que sienten las emociones (puras, intensas y del momento), una vez que le ha quedado claro que sabemos lo que siente y que estamos a su lado y le queremos podemos distraerlo con un juego que le guste, o con una canción que podemos dejar incompleta para que la vaya completando.
Hacer tonterías con los niños es maravilloso. Ver cómo sus ojos se iluminan, cómo entran en el juego, cómo aportan sus ideas, cómo se ríen. La imaginación es nuestra gran aliada para acompañar a nuestros hijos. Ayer comentaba con un grupo de amigas sobre un niño que no había querido lavarse las manos, les decía si los adultos se las habían lavado también, pero sobre todo planteaba el juego y la imaginación, proponiendo a la mamá que enseñase al niño imágenes de microbios en Internet diciendo que menuda cara de patata tenía ese microbio y tonterías así, para luego ir a lavarlos de las manos mientras le decía que acababa de ver caer de una mano a uno con cara de boniato, entre risas, juego y complicidad. En vez de eso (no en el caso de este grupo de amigas, afortunadamente, pero si es lo habitual) se recurre a la imposición o a ignorar, creando y recrudeciendo la rabieta, con malestar para todos, niños y padres, en ausencia de aprendizaje.
Si nosotros integramos esto, nos será fácil ver esa mirada de niño, comprenderlo, ponernos a su altura y disfrutar jugando y haciendo tonterías. Aparte de ser lo mejor para nuestros hijos es muy divertido.
Con sus rabietas sentiremos rabia, incluso a veces odio. Vendrá la culpa por sentir esto hacia nuestros hijos. Pero no debemos olvidar que son emociones normales, que nos han enseñado a rechazarlas y por eso las rechazamos en nuestros hijos. Lidiemos con ellas, aceptemoslas, sepamos de dónde vienen...y una vez liberados de la culpa disfrutemos del juego.
Laura Perales. Psicóloga, madre y dueña de www.renacuajos.com
PD: Os dejo un vídeo en dos partes sobre como un papá evita una rabieta sin frustrarla y pone un límite, la niña quería salir a la calle pero evidentemente no podía salir sola. Está en portugués pero más o menos se entiende, la niña le dice que por qué está cerrada la puerta y que la abra, el papá en vez de entrar en bucle y decirla que no puede salir de modo autoritario le pregunta que quiere hacer fuera (y ella dice que mirar) y entran en un dialogo puramente de niño que finaliza con juego por parte del padre con una tontería como es acercarle la cámara varias veces y alejarse, la niña entra al juego y ya está! ya se le olvidó que quería salir fuera..
PARTE 1
PARTE 2
Pataletas: video de Fonoinfancia con útiles recomendaciones para su comprensión y manejo
Este material audiovisual desarrollado por el equipo del Servicio Fonoinfancia, de la Dirección de Promoción y Protección de la infancia de Fundación Integra en Chile busca contribuir a sensibilizar a los adultos en torno al rol que ocupan en la contención y el desarrollo de habilidades de expresión y regulación emocional en niños y niñas, especialmente frente a “conductas agresivas y pataletas”, que son algunos de los temas más frecuentes por los que se solicita ayuda al Servicio Fonoinfancia. Este video, a través de un lenguaje didáctico y atractivo, nos invita a comprender estas conductas desde el punto de vista de nuestros niños y niñas, y a la fecha ya acumula más de 60.000 descargas.
La coordinadora de Fonoinfancia, la psicóloga Valeska Vera destaca: “Esperamos que esta nueva forma de comunicarnos con las familias, educadoras, profesionales de salud y todos quienes se relacionan con la primera infancia, permita fortalecer una mirada sensible a las necesidades de nuestros niños y niñas y nos convoque a practicar una crianza basada en el cariño y el respeto mutuo”.
fonoinfancia@integra.cl
Fonoinfancia: http://www.integra.cl/
La coordinadora de Fonoinfancia, la psicóloga Valeska Vera destaca: “Esperamos que esta nueva forma de comunicarnos con las familias, educadoras, profesionales de salud y todos quienes se relacionan con la primera infancia, permita fortalecer una mirada sensible a las necesidades de nuestros niños y niñas y nos convoque a practicar una crianza basada en el cariño y el respeto mutuo”.
fonoinfancia@integra.cl
Fonoinfancia: http://www.integra.cl/
La frustración innecesaria en la infancia. Por Yolanda González
(Texto de Yolanda González. Presidenta de la A.P.I.R. (Asociación de Psicoterapia y Prevención infantil)?
Vivimos en una Sociedad, donde desde la más tierna infancia, se nos enseña a soportar la frustración. Existe la creencia generalizada, de que si no hay frustración marcada por los adultos, los bebés y los niños-as, no logran tener ningún límite a su demanda (“perversos polimorfos”) y como consecuencia, devienen en sujetos anti-sociales y no adaptados.
Hemos aceptado, que la vida es dura y cruel. Y nuestros hijos deben prepararse para afrontarla cuanto antes. Es por ésto, que desde que son bebés, recibimos consejos permanentes sobre cómo evitar que nuestros hijos se malcrien: "No lo cojas en brazos" "No atiendas a su llanto, que primero te piden la mano y luego te toman el brazo". "No transijas, pues se subirán a las barbas". Tantos y tantos tópicos, con el único objetivo de que esos bebés, ávidos de contacto epidérmico, de mirada amorosa, de empatía profunda, vayan aprendiendo a través de la frialdad, a ser "Duros", que no fuertes.
Imagen tomada de pequelia.es |
Poco a poco, la sociedad nos transmite que debemos acorazarnos. Con una coraza rígida e insensible ante el dolor de los otros "porque la vida es así". Poco a poco, nos distanciamos de nuestro instinto protector, y de nuestro sentido común, para ser máquinas que responden al sistema, con sumisión. Aceptamos las normas, aunque sean irracionales, y formamos parte del engranaje.
¿Qué hemos olvidado? ¿Qué confundimos cuando hablamos de límites, educación, autoridad, frustración...?.
Olvidamos que ese bebé y ese niño, tiene una innata capacidad, para SENTIR mejor que nosotros-as cuáles son sus necesidades más imperiosas. Olvidamos que, siguiendo a manuales o recomendaciones que dinamitan el sentido común (el más escaso de los sentidos), violentamos el proceso natural de autonomía y auto-estima, que se forma tan sólo desde el respeto a sus necesidades básicas. Tan sólo una respuesta sensible y empática a sus necesidades primarias, garantiza un desarrollo psicoafectivo saludable.
JAMAS, debemos de frustrar las necesidades afectivas. ¿A quién le ha hecho daño un abrazo, una mirada cálida o una presencia en los momentos de mayor necesidad? ¿A quién le hace daño el amor?
Confundimos la frustración de necesidades culturales, con la frustración de las necesidades afectivas. La única frustración saludable, es la que frena el sinsentido del consumismo.
Consumismo de la Tv. no constructiva. De los dulces excesivos. Sabemos que comprar y comprar, tapona en pequeños y mayores, grandes lagunas y ausencias afectivas. Y la sociedad no limita, sino fomenta estas necesidades vacías.
Estas y no las otras, son las necesidades secundarias o culturales que debemos aprender con inteligencia y amor, a limitar. Muchos pediatras, autores, vecinos, cuestionan la lactancia natural prolongada. Y la justifican desde psicologizaciones y teorizacíones, sin ningún fundamento. Sin ningún seguimiento práctico y directo de bebés, que de forma sólida, permita realizar dichas afirmaciones. Y en los casos que se acompañan de observación, lo observado responde generalmente a lo "normal" y estadístico para la sociedad actual , ignorando y desconociendo lo que pudiera ser "lo sano". Intentan imponer con sus criterios, lo que hace la mayoría, sin cuestionar, si esos criterios generan felicidad o infelicidad, salud o normalidad.
Frustrar la necesidad del pecho a demanda y la necesidad de la lactancia prolongada (en los casos que así se decida, o en su defecto un biberón dado con contacto y amor) , es negarnos una experiencia esencial en la vida:
Porque, conocer el placer y el amor, es la mejor prevención de trastornos psicosomáticos posteriores. Permitir que el bebé, explore cuáles son sus necesidades y que el medio se las posibilite, es lo que crea confianza y seguridad en la vida.
Es lo que posibilita el vínculo. El apego seguro. Los padres, y el profesorado están a veces muy desorientados con tanto bombardeo informativo y contradictorio
Es por ello muy importante, desarrollar la capacidad de empatizar con nuestros bebés ya desde el embarazo, para que el continuum de relación, ese " hilo mágico" como me gusta llamarlo y que algunos padres y madres percibimos desde el nacimiento hasta la autonomía de nuestros hijos, sea el mejor antídoto ante tantas influencias nefastas en el desarrollo saludable de la primera infancia.
Ese "hilo mágico", se llama VINCULO, y su base es la confianza, la seguridad y sobre todo el AMOR, del bueno.
Yolanda González
http://www.yolandagonzalez-prevencion.com/
Mi mamá y yo a veces no nos entendemos. Por Yolanda González
(Texto de Yolanda González. Presidenta de la A.P.I.R. (Asociación de Psicoterapia y Prevención infantil)?
Los adultos interpretamos la conducta de nuestros hijos o hijas con el cristal de nuestra experiencia vital adulta, donde todo está teñido de intencionalidad. Leemos en sus actos una “intención”, como ocurre en el mundo adulto. Además estamos convencidos que nosotros “sabemos” y ellos “no”. Y ahí comienza una batalla a veces desesperante por hacernos entender, que acaba en más de un llanto y pataleta cuando no en enfados e impotencia. Es decir, en desarmonía, que es precisamente lo que no deseamos.
Pero a veces da la sensación que no quieren aprender la experiencia. Por ejemplo, cuando todas las mañanas son un suplicio porque se entretienen con cualquier cosa y no les da tiempo ni a desayunar para ir al cole. Y no hay forma de que lo entiendan.
Podríamos narrar cien mil experiencias similares y conocer tantas respuestas como personas, que a veces funcionan y otras no, con el objetivo de que nos hagan caso (amenazas, castigos...). Pero el problema seguiría sin solucionarse satisfactoriamente. Si queremos una relación positiva, basada en cierta armonía y no en batallas cotidianas donde hay ganadores y perdedores, tenemos que cambiar radicalmente el “chip” como adultos, viendo su conducta con los “ojos de niño”, para entender qué pasa en sus corazones y en sus cabecitas.
Entonces, ¿quizá somos nosotros quienes no les entendemos?
Ese es el punto de partida. Somos nosotros los que debemos de ponernos a su altura, y no ellos a la nuestra. Tenemos bastante desconocimiento sobre el mundo infantil: olvidamos demasiado a menudo que se están formando, que son inmaduros, y que están aprendiendo día a día. A veces les pedimos respuestas que ellos viven ajenos a su edad. Y los pequeños, a veces se sienten incomprendidos con nuestro enfado cuando no hacen lo que queremos. Es como pedirle a una niña de 6 meses que camine o hable como si tuviera 3 años. No corresponde a su edad madurativa.
Sin embargo, el mensaje de “desayuna que hay que ir al cole” o lávate los dientes para ir a la cama”, parece muy sencillo como para ser entendido.
¡Claro! Y es que antes de los 3 añitos entienden perfectamente el discurso verbal. Pero no la lógica que para los adultos tiene. Y comprender esto es crucial para que no interpretemos que nos desobedecen. Nos provocan y todas esas atribuciones que acostumbramos a adjudicarles.
¿Podrías ampliar este planteamiento?
El mundo adulto y el infantil son por naturaleza opuestos: los pequeños aprenden jugando, para ellos todo es posible, viven en la fantasía. Nosotros funcionamos desde la realidad y generalmente desde nuestros deberes. Esto es lo esencial: desde que nacen hasta los tres-cuatro años aproximadamente, están regidos por el denominado principio del placer. ¿Qué significa esto? Que para crecer sanos, sólo viven para jugar y para la expansión. Puede que recojan por imitación los juguetes, pero no lo integran como algo lógico en su vida. A partir de esas edad, y muy poco a poco, empiezan a asumir que además de jugar hay que hacer otras cosas que no gustan tanto. Pero lo hacen con ayuda del adulto. Eso es fundamental. Para ningún niño o niña el “deber” tiene el sentido que para el adulto. Se lo tenemos que recordar. No porque sean tontos, sino porque son pequeños. Porque sus necesidades y las nuestras no tienen nada que ver. Mucho más lentamente de lo que desearíamos, van asumiendo responsabilidades en su corta vida, pero esto es realmente difícil para ellos antes de los 6-7 años, edad que la que finaliza la formación de su carácter.
¿Cómo podemos llegar a entendernos?
Lo primero de todo, cambiando el “chip” y no leyendo en sus actos malas intenciones, sino inmadurez. Lo segundo, acompañándoles con mucho cariño y paciencia en las “labores” cotidianas que tengan que ver con el aseo, comidas, vestirse, etc. Porque para ellos no tienen el mismo valor que para nosotros. Lo tercero, recordando cómo nos sentíamos cuando nuestra madre o padre nos reñían, gritaban, pegaban o amenazaban por no “hacerles caso”, cuando nuestra única intención era seguir jugando. Y por último, y lo más importante pero difícil por falta de práctica, acostumbrándonos a relacionarnos en base a “acuerdos” y no tanto en “órdenes” de que sabe hacia el que “no sabe”, puesto que esa no es la mejor forma de acompañar en el crecimiento y en la exploración de la vida a lo que más queremos, nuestros hijos e hijas.
Yolanda González
- ¿Cuántas veces sentimos ante un niño o una niña pequeña, que nos está tomando el pelo?
- ¿Cuántas veces hemos pensado, que están “sordos”?
- ¿Qué paciencia hay que tener en el difícil oficio de ser madre y padre!
- ¿Por qué les cuesta tanto escucharnos? ¿Por qué no colaboran?...
Imagen tomada de bebesencamino.com |
Pero a veces da la sensación que no quieren aprender la experiencia. Por ejemplo, cuando todas las mañanas son un suplicio porque se entretienen con cualquier cosa y no les da tiempo ni a desayunar para ir al cole. Y no hay forma de que lo entiendan.
Podríamos narrar cien mil experiencias similares y conocer tantas respuestas como personas, que a veces funcionan y otras no, con el objetivo de que nos hagan caso (amenazas, castigos...). Pero el problema seguiría sin solucionarse satisfactoriamente. Si queremos una relación positiva, basada en cierta armonía y no en batallas cotidianas donde hay ganadores y perdedores, tenemos que cambiar radicalmente el “chip” como adultos, viendo su conducta con los “ojos de niño”, para entender qué pasa en sus corazones y en sus cabecitas.
Entonces, ¿quizá somos nosotros quienes no les entendemos?
Ese es el punto de partida. Somos nosotros los que debemos de ponernos a su altura, y no ellos a la nuestra. Tenemos bastante desconocimiento sobre el mundo infantil: olvidamos demasiado a menudo que se están formando, que son inmaduros, y que están aprendiendo día a día. A veces les pedimos respuestas que ellos viven ajenos a su edad. Y los pequeños, a veces se sienten incomprendidos con nuestro enfado cuando no hacen lo que queremos. Es como pedirle a una niña de 6 meses que camine o hable como si tuviera 3 años. No corresponde a su edad madurativa.
Sin embargo, el mensaje de “desayuna que hay que ir al cole” o lávate los dientes para ir a la cama”, parece muy sencillo como para ser entendido.
¡Claro! Y es que antes de los 3 añitos entienden perfectamente el discurso verbal. Pero no la lógica que para los adultos tiene. Y comprender esto es crucial para que no interpretemos que nos desobedecen. Nos provocan y todas esas atribuciones que acostumbramos a adjudicarles.
¿Podrías ampliar este planteamiento?
El mundo adulto y el infantil son por naturaleza opuestos: los pequeños aprenden jugando, para ellos todo es posible, viven en la fantasía. Nosotros funcionamos desde la realidad y generalmente desde nuestros deberes. Esto es lo esencial: desde que nacen hasta los tres-cuatro años aproximadamente, están regidos por el denominado principio del placer. ¿Qué significa esto? Que para crecer sanos, sólo viven para jugar y para la expansión. Puede que recojan por imitación los juguetes, pero no lo integran como algo lógico en su vida. A partir de esas edad, y muy poco a poco, empiezan a asumir que además de jugar hay que hacer otras cosas que no gustan tanto. Pero lo hacen con ayuda del adulto. Eso es fundamental. Para ningún niño o niña el “deber” tiene el sentido que para el adulto. Se lo tenemos que recordar. No porque sean tontos, sino porque son pequeños. Porque sus necesidades y las nuestras no tienen nada que ver. Mucho más lentamente de lo que desearíamos, van asumiendo responsabilidades en su corta vida, pero esto es realmente difícil para ellos antes de los 6-7 años, edad que la que finaliza la formación de su carácter.
¿Cómo podemos llegar a entendernos?
Lo primero de todo, cambiando el “chip” y no leyendo en sus actos malas intenciones, sino inmadurez. Lo segundo, acompañándoles con mucho cariño y paciencia en las “labores” cotidianas que tengan que ver con el aseo, comidas, vestirse, etc. Porque para ellos no tienen el mismo valor que para nosotros. Lo tercero, recordando cómo nos sentíamos cuando nuestra madre o padre nos reñían, gritaban, pegaban o amenazaban por no “hacerles caso”, cuando nuestra única intención era seguir jugando. Y por último, y lo más importante pero difícil por falta de práctica, acostumbrándonos a relacionarnos en base a “acuerdos” y no tanto en “órdenes” de que sabe hacia el que “no sabe”, puesto que esa no es la mejor forma de acompañar en el crecimiento y en la exploración de la vida a lo que más queremos, nuestros hijos e hijas.
Yolanda González
http://www.yolandagonzalez-prevencion.com/
martes, 28 de mayo de 2013
“Quiéreme cuando menos me lo merezca, porque será cuando más lo necesite” por Rosa Jové
(texto de Rosa Jové)
¿Qué es una rabieta?
Cuando nacemos, el principal plan que tiene la naturaleza con nosotros es que podamos sobrevivir. Para ello nos “apega” con las personas que nos cuidan, ya que está comprobado que teniendo a un cuidador cerca vivimos más (recordad que somos una especie muy incompletita cuando nacemos). Por eso es tan importante que los bebés nos reclamen cuando no estamos cerca y por ello es tan importante que nosotros intentemos satisfacer sus necesidades más importantes (alimento, sueño, higiene, contacto…). Solo así se crea un apego seguro entre el niño y sus padres: el niño se da cuenta que tiene personas que le quieren y que le van a cuidar pase lo que pase, y por eso será un niño feliz.
Es importante durante los primeros años de la vida de un niño dejarle bien clarito que “siempre” estaremos con él, que “siempre” le querremos y le cuidaremos, aunque a veces no nos guste “exactamente” lo que hace. Eso es la base de una personalidad segura, independiente y con una autoestima capaz de soportar altibajos y adversidades.
Alrededor de los dos años (puede variar según el niño) la supervivencia del niño está ya más garantizada (se desplaza solo, puede comer casi de todo y con sus propias manos, es autónomo en sus actos más vitales ….) y la naturaleza (¡que sabia que es!) tiene otro plan para nosotros: si al principio era “apegarnos” para sobrevivir, ahora nos prepara para la independencia (pensad que sin independencia no crearíamos una familia propia, y eso es básico para el plan reproductor de la naturaleza). La independencia y autonomía es un largo camino que se va adquiriendo con la edad y a estas edades empezamos de una forma muy rudimentaria.
¿Cómo hace el niño para manifestar su independencia? Pues dada su edad es una estrategia muy simple: consiste solamente en negar al otro. Su palabra más utilizada es el “no” y es fácil de entender porque, negando al otro, empieza a expresar lo que él “no es” porque aún no sabe realmente lo que “es”. Intento explicarme mejor: ¿Cómo sé yo (niño) que soy otro y puedo hacer cosas diferentes a mis padres? ¡Pues llevándoles la contraria!. Puede que aún no tenga claro lo que voy a ser pero así sé lo que no soy: yo no soy mis padres, por lo tanto ¡soy otro!.
El único problema para los niños es que les conlleva un conflicto emocional importante porque como los padres no entienden lo que pasa y normalmente se enfadan con ellos, los niños notan que se están enfrentando a los seres que más quieren y eso les provoca una ambivalencia de sentimientos. Eso, nada más y nada menos, son las famosas rabietas: una lucha interior entre lo que debo hacer por naturaleza y una incomprensión de mis padres hacia tales actos que me provocan unos sentimientos ambivalentes y negativos.
Esa ofuscación entre querer una cosa, no entender lo que pasa y el rechazo paterno, es la fuente de la mayoría de las rabietas. Por eso lo mejor es dejarle claro que haga lo que haga siempre le queremos y le comprendemos, aunque a veces no estemos de acuerdo.
Muchos padres viven esta etapa con mucha ansiedad porque piensan que es una forma que tienen sus hijos de rebeldía, tomarles el pelo y desobediencia. Nada más lejos. En estas conductas del niño no hay ningún sentido de “ponernos a prueba” ni hay ningún juego de poder entre medio (bueno a veces los padres sí que se lo toman como tal, pero el niño nunca pretende “desafiar” al adulto, solo hacer cosas diferentes a sus padres). Si el niño lleva la contraria a sus padres es para comunicarles algo muy importante: “¿lo ves?, me hago mayor. ¡Yo no soy tú!. Puedo querer, desear y hacer cosas que tú no quieres”.
¿Qué hacemos ante una rabieta?
La mejor manera de superar las rabietas la resumo en cinco puntos:
1. Comprendiendo que el niño no pretende tomarnos el pelo
Esta simple convicción hará que seamos más flexibles con ellos ( y por lo tanto se evitan muchos conflictos). Solamente pretende mostrarnos su identidad diferenciada.
2. Dejando que pueda hacer aquello que quiere
“¿Y si es peligroso o nocivo?, me preguntaréis. Evidentemente lo primero es salvaguardar la vida humana, pero los niños raramente piden cosas nocivas. ¿Saben lo más peligroso que me pidieron mis hijos cuando eran pequeños? ¡ir sin atar en la sillita del coche!. Evidentemente les dije que no, y no arrancamos hasta que estuvieron convencidos, pero no me han pedido nunca nada tan peligroso. Bueno, una vez mi hijo mayor cogió una pequeña rabieta porque quería un cuchillo “jamonero”, pero la culpa era más mía por dejar a su vista (y alcance) un cuchillo de tales dimensiones, que él por pedirlo. ¿no?
El hecho de que quieran llevar una ropa diferente a la que nosotros queremos puede que atente contra el buen gusto, pero raramente atentará contra la vida humana. Lo mismo pasa con alguna golosina o con otras cosas. Si usted es un padre que vigila que el entorno de su hijo sea seguro, es difícil que pueda pedir o tocar algo nocivo para él. El hecho de el niño pueda experimentar el resultado de sus acciones sin notar el rechazo paterno hará que no se sienta mal ni ambivalente (y, de paso, evitamos la rabieta).
3. Evitando tentaciones
Los comerciantes saben perfectamente que los niños piden cosas que les gustan (por eso en los grandes supermercados suelen poner chucherías en las líneas de caja) ¿Acaso pensaba que el suyo es el único niño que montaba en cólera por una chuchería?. Si su hijo es de los que pide juguetes cuando los ve expuestos o chucherías si las tiene delante ¿qué espera?. Intente evitar esos momentos (no se lo lleve de compras a una juguetería o intente buscar una caja donde hacer cola que no tenga expositor de juguetes ni dulces) o pacte con él una solución (“Cariño vamos al súper. Mamá no puede estar comprando cada día chuches porque no son buenas para tu barriguita, así que solo elegiremos una cosita”). Si los mayores nos rendimos muchas veces a una tentación (el que esté libre de pecado que tire la primera piedra), ¿por qué pensamos que un niño puede contenerse más que nosotros?.
4. No juzgar a nuestros hijos
Podemos expresar nuestra disconformidad, pero no atacamos la personalidad del niño o valoramos negativamente su conducta. Es decir, mi hijo no es más bueno o malo porque ha hecho una cosa bien o no. Mi hijo siempre es bueno, aunque a veces yo no le entienda o no me guste lo que ha hecho. En este sentido vean este diálogo:
Mamá: Cariño ha venido tía Marta. Ve a darle un beso.
Niño: No quiero.
Mamá: ¿Cómo que no quieres? Esto está mal. ¡Eres un niño malo!: Tía Marta te quiere mucho y tú no la quieres. Mamá no te querrá tampoco.
A partir de aquí puede haber dos opciones o el niño monta un pataleta del tipo: ¡eres tonta y tía Marta también! y ya la tenemos liada. O bien, ante la idea de perder el amor de su madre, va y le da un beso a tía Marta, a lo que su madre responde: “¡Que bien! Así me gusta ¡Qué bueno eres!” con lo que el niño aprende que es bueno cuando no se porta como él siente y que solo obra bien cuando hace lo único que quiere su madre. Es decir, se nos quiere cuando disfrazamos nuestros sentimientos.
Ninguna de las dos soluciones es correcta, porque en ningún momento hemos evitado atacar la personalidad del niño (eres malo) y hemos valorado su conducta (esto esta mal o esto está bien). Si en lugar de ello hubiéramos entendido sus emociones, a pesar de mostrar nuestra disconformidad, el resultado podría haber sido:
Mamá: cariño ha venido tía Marta. Ve a darle un beso.
Niño: No quiero.
Mamá: Vaya, parece que no te apetece dar un beso a la tía marta. (reconocemos sus sentimientos).
Niño: Sí.
Mamá: Cuando las personas van de visita a casa de otra se les da un beso de bienvenida, aunque en ese momento no se tengan muchas ganas ¿lo sabías?
Niño: No. (Y si dice que sí, es lo mismo).
Mamá: ¿vamos pues a darle un beso de bienvenida a tía Marta?
Normalmente a estas alturas el niño (que ha visto que le han entendido y que no le han valorado negativamente) suele contestar que sí. En el hipotético caso de que siga con su negativa podemos mostrar nuestra disconformidad:
Mamá: El hecho de que no se lo des me disgusta, porque en esta casa intentamos que la gente se sienta bien. ¿Qué podemos hacer para que tía Marta se sienta bien sin tu beso? (a lo mejor tía Marta es una barbuda de mucho cuidado y a su hijo no le apetece darle un beso, pero eso no implica que quiera que se sienta ofendida).
Niño: le diré hola y le tiro un beso.
Mamá: Me parece que has encontrado una solución que nos va a gustar a todos. ¡Vamos!
5. Las rabietas se pasan con la edad
Llega un día en que el niño adquiere un lenguaje que le permite explicarse mejor que a través del llanto y las pataletas. También llega un día en que sabe lo que “es” y “quiere” y lo pide sin llevar la contraria a nadie. Llega un momento en que, si no hemos impedido sus manifestaciones autónomas y de autoafirmación, tenemos un hijo autónomo, que sabe pedir adecuadamente lo que quiere porque ha aprendido que nunca le hace falta pedirlo mal si su petición es razonable.
¿Cómo hacer que llegue antes este momento en que finalizan las rabietas? Por una parte, hemos de procurar que en la etapa anterior (la del apego que explicábamos al principio) el niño esté correctamente apegado, ya que un niño inseguro tardará más en pasar esta etapa de independencia. Así que si quiere que su hijo sea autónomo, mímele todo lo que pueda cuando sea pequeño. Para adquirir la independencia se necesita seguridad y la seguridad se adquiere con un buen apego.
Una vez haya llegado a la etapa de las rabietas, hemos de intentar que se solucionen cuanto antes. Nada de esto se dará si coartamos su deseo de separarse de nosotros, ya que lo único que se obtiene “intentando” que no se salga con la suya es un niño sumiso o rebelde (depende del tipo y grado de disciplina o autoridad empleada). Normalmente si les “ignoramos” suelen volverse más sumisos y dependientes, aunque lo que vemos es un niño que se doblega y “parece” que mejore en sus rabietas. Pero la causa que provoca esa rabieta sigue en él y se manifestará de otra forma (ahora o en la adolescencia).
Sé que es difícil acordarse de todo ante una rabieta infantil. Sé que es difícil razonar cuando estamos a punto de perder la razón. Sé que es difícil y, por eso, ante la duda de no saber como actuar, intente querer a su hijo al máximo porque él lo estará necesitando, ya que las rabietas también hacen sentirse mal a los niños.
“Quiéreme cuando menos me lo merezca porque será cuando más lo necesite” o lo que es lo mismo: “intenta ponerte en mi lugar porque yo también lo estoy pasando mal”.
¿Qué es una rabieta?
Cuando nacemos, el principal plan que tiene la naturaleza con nosotros es que podamos sobrevivir. Para ello nos “apega” con las personas que nos cuidan, ya que está comprobado que teniendo a un cuidador cerca vivimos más (recordad que somos una especie muy incompletita cuando nacemos). Por eso es tan importante que los bebés nos reclamen cuando no estamos cerca y por ello es tan importante que nosotros intentemos satisfacer sus necesidades más importantes (alimento, sueño, higiene, contacto…). Solo así se crea un apego seguro entre el niño y sus padres: el niño se da cuenta que tiene personas que le quieren y que le van a cuidar pase lo que pase, y por eso será un niño feliz.
Es importante durante los primeros años de la vida de un niño dejarle bien clarito que “siempre” estaremos con él, que “siempre” le querremos y le cuidaremos, aunque a veces no nos guste “exactamente” lo que hace. Eso es la base de una personalidad segura, independiente y con una autoestima capaz de soportar altibajos y adversidades.
Alrededor de los dos años (puede variar según el niño) la supervivencia del niño está ya más garantizada (se desplaza solo, puede comer casi de todo y con sus propias manos, es autónomo en sus actos más vitales ….) y la naturaleza (¡que sabia que es!) tiene otro plan para nosotros: si al principio era “apegarnos” para sobrevivir, ahora nos prepara para la independencia (pensad que sin independencia no crearíamos una familia propia, y eso es básico para el plan reproductor de la naturaleza). La independencia y autonomía es un largo camino que se va adquiriendo con la edad y a estas edades empezamos de una forma muy rudimentaria.
¿Cómo hace el niño para manifestar su independencia? Pues dada su edad es una estrategia muy simple: consiste solamente en negar al otro. Su palabra más utilizada es el “no” y es fácil de entender porque, negando al otro, empieza a expresar lo que él “no es” porque aún no sabe realmente lo que “es”. Intento explicarme mejor: ¿Cómo sé yo (niño) que soy otro y puedo hacer cosas diferentes a mis padres? ¡Pues llevándoles la contraria!. Puede que aún no tenga claro lo que voy a ser pero así sé lo que no soy: yo no soy mis padres, por lo tanto ¡soy otro!.
El único problema para los niños es que les conlleva un conflicto emocional importante porque como los padres no entienden lo que pasa y normalmente se enfadan con ellos, los niños notan que se están enfrentando a los seres que más quieren y eso les provoca una ambivalencia de sentimientos. Eso, nada más y nada menos, son las famosas rabietas: una lucha interior entre lo que debo hacer por naturaleza y una incomprensión de mis padres hacia tales actos que me provocan unos sentimientos ambivalentes y negativos.
Esa ofuscación entre querer una cosa, no entender lo que pasa y el rechazo paterno, es la fuente de la mayoría de las rabietas. Por eso lo mejor es dejarle claro que haga lo que haga siempre le queremos y le comprendemos, aunque a veces no estemos de acuerdo.
Muchos padres viven esta etapa con mucha ansiedad porque piensan que es una forma que tienen sus hijos de rebeldía, tomarles el pelo y desobediencia. Nada más lejos. En estas conductas del niño no hay ningún sentido de “ponernos a prueba” ni hay ningún juego de poder entre medio (bueno a veces los padres sí que se lo toman como tal, pero el niño nunca pretende “desafiar” al adulto, solo hacer cosas diferentes a sus padres). Si el niño lleva la contraria a sus padres es para comunicarles algo muy importante: “¿lo ves?, me hago mayor. ¡Yo no soy tú!. Puedo querer, desear y hacer cosas que tú no quieres”.
¿Qué hacemos ante una rabieta?
La mejor manera de superar las rabietas la resumo en cinco puntos:
1. Comprendiendo que el niño no pretende tomarnos el pelo
Esta simple convicción hará que seamos más flexibles con ellos ( y por lo tanto se evitan muchos conflictos). Solamente pretende mostrarnos su identidad diferenciada.
2. Dejando que pueda hacer aquello que quiere
“¿Y si es peligroso o nocivo?, me preguntaréis. Evidentemente lo primero es salvaguardar la vida humana, pero los niños raramente piden cosas nocivas. ¿Saben lo más peligroso que me pidieron mis hijos cuando eran pequeños? ¡ir sin atar en la sillita del coche!. Evidentemente les dije que no, y no arrancamos hasta que estuvieron convencidos, pero no me han pedido nunca nada tan peligroso. Bueno, una vez mi hijo mayor cogió una pequeña rabieta porque quería un cuchillo “jamonero”, pero la culpa era más mía por dejar a su vista (y alcance) un cuchillo de tales dimensiones, que él por pedirlo. ¿no?
El hecho de que quieran llevar una ropa diferente a la que nosotros queremos puede que atente contra el buen gusto, pero raramente atentará contra la vida humana. Lo mismo pasa con alguna golosina o con otras cosas. Si usted es un padre que vigila que el entorno de su hijo sea seguro, es difícil que pueda pedir o tocar algo nocivo para él. El hecho de el niño pueda experimentar el resultado de sus acciones sin notar el rechazo paterno hará que no se sienta mal ni ambivalente (y, de paso, evitamos la rabieta).
3. Evitando tentaciones
Los comerciantes saben perfectamente que los niños piden cosas que les gustan (por eso en los grandes supermercados suelen poner chucherías en las líneas de caja) ¿Acaso pensaba que el suyo es el único niño que montaba en cólera por una chuchería?. Si su hijo es de los que pide juguetes cuando los ve expuestos o chucherías si las tiene delante ¿qué espera?. Intente evitar esos momentos (no se lo lleve de compras a una juguetería o intente buscar una caja donde hacer cola que no tenga expositor de juguetes ni dulces) o pacte con él una solución (“Cariño vamos al súper. Mamá no puede estar comprando cada día chuches porque no son buenas para tu barriguita, así que solo elegiremos una cosita”). Si los mayores nos rendimos muchas veces a una tentación (el que esté libre de pecado que tire la primera piedra), ¿por qué pensamos que un niño puede contenerse más que nosotros?.
4. No juzgar a nuestros hijos
Podemos expresar nuestra disconformidad, pero no atacamos la personalidad del niño o valoramos negativamente su conducta. Es decir, mi hijo no es más bueno o malo porque ha hecho una cosa bien o no. Mi hijo siempre es bueno, aunque a veces yo no le entienda o no me guste lo que ha hecho. En este sentido vean este diálogo:
Mamá: Cariño ha venido tía Marta. Ve a darle un beso.
Niño: No quiero.
Mamá: ¿Cómo que no quieres? Esto está mal. ¡Eres un niño malo!: Tía Marta te quiere mucho y tú no la quieres. Mamá no te querrá tampoco.
A partir de aquí puede haber dos opciones o el niño monta un pataleta del tipo: ¡eres tonta y tía Marta también! y ya la tenemos liada. O bien, ante la idea de perder el amor de su madre, va y le da un beso a tía Marta, a lo que su madre responde: “¡Que bien! Así me gusta ¡Qué bueno eres!” con lo que el niño aprende que es bueno cuando no se porta como él siente y que solo obra bien cuando hace lo único que quiere su madre. Es decir, se nos quiere cuando disfrazamos nuestros sentimientos.
Ninguna de las dos soluciones es correcta, porque en ningún momento hemos evitado atacar la personalidad del niño (eres malo) y hemos valorado su conducta (esto esta mal o esto está bien). Si en lugar de ello hubiéramos entendido sus emociones, a pesar de mostrar nuestra disconformidad, el resultado podría haber sido:
Mamá: cariño ha venido tía Marta. Ve a darle un beso.
Niño: No quiero.
Mamá: Vaya, parece que no te apetece dar un beso a la tía marta. (reconocemos sus sentimientos).
Niño: Sí.
Mamá: Cuando las personas van de visita a casa de otra se les da un beso de bienvenida, aunque en ese momento no se tengan muchas ganas ¿lo sabías?
Niño: No. (Y si dice que sí, es lo mismo).
Mamá: ¿vamos pues a darle un beso de bienvenida a tía Marta?
Normalmente a estas alturas el niño (que ha visto que le han entendido y que no le han valorado negativamente) suele contestar que sí. En el hipotético caso de que siga con su negativa podemos mostrar nuestra disconformidad:
Mamá: El hecho de que no se lo des me disgusta, porque en esta casa intentamos que la gente se sienta bien. ¿Qué podemos hacer para que tía Marta se sienta bien sin tu beso? (a lo mejor tía Marta es una barbuda de mucho cuidado y a su hijo no le apetece darle un beso, pero eso no implica que quiera que se sienta ofendida).
Niño: le diré hola y le tiro un beso.
Mamá: Me parece que has encontrado una solución que nos va a gustar a todos. ¡Vamos!
5. Las rabietas se pasan con la edad
Llega un día en que el niño adquiere un lenguaje que le permite explicarse mejor que a través del llanto y las pataletas. También llega un día en que sabe lo que “es” y “quiere” y lo pide sin llevar la contraria a nadie. Llega un momento en que, si no hemos impedido sus manifestaciones autónomas y de autoafirmación, tenemos un hijo autónomo, que sabe pedir adecuadamente lo que quiere porque ha aprendido que nunca le hace falta pedirlo mal si su petición es razonable.
¿Cómo hacer que llegue antes este momento en que finalizan las rabietas? Por una parte, hemos de procurar que en la etapa anterior (la del apego que explicábamos al principio) el niño esté correctamente apegado, ya que un niño inseguro tardará más en pasar esta etapa de independencia. Así que si quiere que su hijo sea autónomo, mímele todo lo que pueda cuando sea pequeño. Para adquirir la independencia se necesita seguridad y la seguridad se adquiere con un buen apego.
Una vez haya llegado a la etapa de las rabietas, hemos de intentar que se solucionen cuanto antes. Nada de esto se dará si coartamos su deseo de separarse de nosotros, ya que lo único que se obtiene “intentando” que no se salga con la suya es un niño sumiso o rebelde (depende del tipo y grado de disciplina o autoridad empleada). Normalmente si les “ignoramos” suelen volverse más sumisos y dependientes, aunque lo que vemos es un niño que se doblega y “parece” que mejore en sus rabietas. Pero la causa que provoca esa rabieta sigue en él y se manifestará de otra forma (ahora o en la adolescencia).
Sé que es difícil acordarse de todo ante una rabieta infantil. Sé que es difícil razonar cuando estamos a punto de perder la razón. Sé que es difícil y, por eso, ante la duda de no saber como actuar, intente querer a su hijo al máximo porque él lo estará necesitando, ya que las rabietas también hacen sentirse mal a los niños.
“Quiéreme cuando menos me lo merezca porque será cuando más lo necesite” o lo que es lo mismo: “intenta ponerte en mi lugar porque yo también lo estoy pasando mal”.
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