Son un modo de expresión emocional de los niños. Ignorarlas es ignorar sus emociones.
Los niños sienten emociones de un modo intenso y puro, por lo que su expresión emocional también es pura e intensa (lo cual no significa que exageren o hagan teatro como atribuyen muchos adultos). Son emociones del aquí y ahora (no por llorar y al rato reír nos toman el pelo, realmente sienten ambas cosas en momentos diferentes), emociones verdaderas que aun no están mediadas por el cerebro superior cortical y racional. No existe la barrera de razonamiento que proporciona ese área cerebral.
Por el mismo motivo tampoco existe esa barrera cortical para frenar el impacto emocional y lo que sufrimos en esta etapa de nuestra vida nos marca para lo que queda de la misma. Es de vital importancia cómo tratamos a nuestros hijos en otros temas y por supuesto en este de las rabietas. Lo que hagamos va a condicionar el resto de su vida.
Una rabieta es un modo de comunicar. Si es ignorada esa comunicación ha fracasado. Si es ignorada y el niño al final se "calma" no se ha conseguido nada bueno, lo que se ha conseguido es que el niño llegue a una fase de resignación que trae de la mano consecuencias muy peligrosas como la ansiedad o la depresión (indefensión aprendida).
Los niños no buscan manipular, ni quedar por encima de nadie. Eso son atribuciones adultas que además dicen mucho sobre nuestras propias vivencias infantiles.
Al reprimir o ignorar una rabieta estamos transmitiendo un mensaje al niño: no expreses tus emociones, no nos gusta. Incluso el niño puede temer un abandono por parte de los padres. De este modo el niño aprende a no expresar lo que siente y a ser un niño "bueno", lo cual por desgracia es aprobado socialmente, pero qué lejos está de la realidad, que es ni más ni menos que una base de emociones reprimidas que son una bomba de relojería camufladas bajo una máscara de amabilidad, la creación de una coraza psicológica y corporal en la que se crean tensiones musculares crónicas correspondientes a la zona del cuerpo en apogeo del desarrollo en ese momento evolutivo. Esto nos acompaña toda la vida, condicionando nuestra existencia en cuanto a nuestras acciones (conscientes e inconscientes), nuestra percepción, incluso la vida de nuestros hijos.
El niño que no tiene rabietas...mal vamos...
El problema de la lucha de poder
Cómo nos alteran las rabietas. Normal, hacen salir de nosotros nuestros fantasmas del pasado. Nuestros hijos pasan a ser enemigos manipuladores en una lucha de poder. Qué alejada está la verdad de esto, como ya hemos comentado antes.
Nos alteran tanto que perdemos de vista la lógica:
-Enfocamos nuestra intención en finalizar la rabieta (sobre todo si tenemos público, cosa que parece importar mucho más por el qué pensarán) sin darnos cuenta de que no es eso lo que importa. Lo que importa es que el niño se sienta acompañado, querido de modo incondicional, que verbalicemos sus emociones y las nuestras para ayudarle a identificarlas y gestionarlas. La rabieta puede durar lo que dure, eso no es lo que importa.
-Por el mismo motivo enfocamos nuestra intención en evitar que se produzca la rabieta, pero de un modo erróneo. En vez de anticiparnos a ella cuando es posible hacerlo (por ejemplo si sabemos que a cierta hora empieza a tener hambre podemos hacer la comida, si sabemos que va a querer coger algo que no debe coger podemos dar un rodeo sin pasar cerca, o si es algo de nuestra casa simplemente no dejarlo a su alcance), lo que hacemos es reprimirla expresando desaprobación o rabia, lo cual es tremendamente paradójico si tenemos en cuenta el aprendizaje vicario (mediante el ejemplo) y su gran peso en el comportamiento de nuestros hijos (ofreciéndoles además escenas diarias de rabia en peleas conyugales o con otros adultos).
-Perdemos de vista lo que realmente aprenden nuestros hijos y damos importancia a cosas que no deberían tenerla. Por ejemplo, en el caso de pegar, ¿qué es lo que tememos? porque una cosa es la agresividad natural y otra la destructividad, donde precisamente les llevamos con esta represión emocional. La agresividad aparece como defensa, imitación o desahogo de situaciones estresantes (como una crianza autoritaria) y si es reprimida aparece la destructividad y la violencia. Hay que buscar las causas, no reprimir el síntoma. Parece que importa más que el niño no pegue a ningún otro en el colegio, o que no lo vea nadie, al aprendizaje que va a acompañar al niño en su vida. Si cuando pegan en vez de decirles que eso no se hace verbalizamos lo que ellos y nosotros sentimos, si le damos herramientas de descarga (como verbalizar o permitir que verbalicen, separar a los niños para que expresen su rabia de otro modo pero que siempre la expresen), todo irá mucho mejor. Pasa lo mismo con el tema de compartir, la gran obsesión de los padres cuando están en público con más padres con niños. Un niño antes de los 3-4 años no comprende que hay que compartir porque está en plena fase egocéntrica y no es capaz de comprender lo que sienten los demás. Después de esa edad les puede resultar violento porque son cosas que perciben como suyas y no entienden por qué mamá o papá se transforman cuando hay otras personas delante y les piden esas cosas. Si a papá o a mamá les quitasen sus pertenencias por la calle mientras les dicen que hay que compartir con un tono paternalista que da escalofríos papá y mamá se enfadarían mucho, se rebelarían e incluso pondrían una denuncia.
-En la obsesión por la lucha de poder no vemos cosas obvias. Un ejemplo anoche en mi propia casa a la hora de dormir: Mi hijo estaba pidiendo galletas de fresa. Su padre estaba en la cocina y desde el dormitorio escuché como se las negaba y el niño comenzaba a rabiar. Tuve que ir para decirle que el niño ya había cenado y que no pasaba nada si quería unas galletas, aparte de que conociendo al niño sabía que lo que quería no era comer galletas, sino llevarse a dormir el paquete en el que vienen envueltas sin llegar a abrirlas (todas las noches se lleva algo a dormir, ya sea un muñeco, una tapa o esta vez esto). Es decir, lo que quería era irse a dormir. Le dio el paquete, el niño vino a la cama contento y se quedó dormido con el paquete intacto en la mano. Pero si no cambias el enfoque por el del niño, si no eres capaz de llegar a comprender por qué actúa de ese modo, qué es lo que quiere realmente, adaptándote tanto a lo que el niño entiende por la fase evolutiva en la que se encuentre como a lo que conoces de tu propio hijo...no vas a comprender nada, porque el enfoque seguirá siendo adulto y con atribuciones falsas.
-A veces simplemente están cansados porque no han dormido bien, porque están enfermos, o porque llevan un día muy movido. En esos momentos es fácil que tengan rabietas, y en esos momentos es cuando más necesitan que estemos ahí y que sepamos que esto puede ocurrir. ¡Cuando nosotros tenemos un mal día o estamos enfermos o cansados también tenemos rabietas! De hecho estamos a la que salta, irascibles, nos enfadamos por cosas que no vienen a cuento. Imaginémonos por un momento que entonces nos ignoran, nos responden con rabia o nos reprimen, ¿qué sentiríamos? Ahora traslademos ese sentimiento a un niño que nos idolatra, para el que somos la base de seguridad y referencia emocional, al que el impacto emocional llega directamente por esa ausencia de protección cortical. Efectivamente, les afecta muchísimo más que a nosotros, les marca.
-Nos tomamos al pie de la letra lo que dicen los niños y lo dramatizamos. Un niño puede decirle a su madre que quiere que se muera porque está muy enfadado. Nosotros podemos reaccionar de dos maneras: exagerando y culpabilizando al niño o del modo sano, que sería diciéndoles que vemos lo enfadados que están.
-Muchas veces nosotros creamos la rabieta. Un ejemplo es el que he puesto antes de mi marido y las galletas. Otro ejemplo común es obligarles a hacer cosas sin tener en cuenta cómo es el mundo infantil en el que viven todo mediante la imaginación, el juego y la experiencia. En este caso el niño no aprende a autorregularse, no integra, no saca más aprendizaje que el sometimiento (eso si, luego paradójicamente pedimos adultos independientes y con iniciativa). Si un niño no quiere vestirse, podemos dejar que elija su ropa, o darle vida a la ropa jugando, o apelar a su imaginación diciendo que es una armadura de caballero o escamas de un dragón, o simplemente si hace frío dejar pasar unos minutos para que sea el mismo niño el que vea que necesita ir vestido y aprenda verdaderamente sobre el motivo de ello.
-Se parte de una premisa falsa, la necesidad de frustrar a los niños desde pequeños "para enfrentarles a la realidad" (Teoría de la frustración de Freud). Esto pudimos verlo hace poco en otro desafortunado (porque no se le contestó con base) programa de televisión en el que María Luisa Ferrerós, lobo con piel de cordero donde los haya, dejaba caer este argumento entre otras lindezas como que a los niños les ofreces la mano y te cogen hasta el hombro y las "consecuencias pedagógicas", todo debidamente maquillado entre un discurso destinado a confundir sobre su inclinación conductista (además discípula de Estivill) y a vender libros:
Un niño no aprende correctamente mediante la frustración de sus instintos o emociones. Aprende mediante el placer, la imitación, y como hemos dicho antes mediante el juego, la imaginación y la experiencia propia (no impuesta). Precisamente si lo que queremos es que puedan hacer frente a la vida debemos proporcionarle un entorno donde desarrollarse en base a todo esto para que se forme una persona fuerte, que sabe lo que siente y sabe gestionarlo, que es capaz de ponerse en el lugar de los demás, que es capaz de afrontar situaciones difíciles sin derrumbarse porque cuando necesitó que su base se formase tuvo esa seguridad y esa calidez. Frustrándole estamos enseñándole todo lo contrario y así le va al mundo, lleno de personas enfermas que no saben ni lo que sienten, deprimidos, infelices, violentos...condicionados para toda su vida por esta represión y negación constante en su infancia.
-La rabia y el miedo son emociones igual de válidas que las vistas como positivas. Se alienta en el niño la expresión de la alegría porque nos produce bienestar mientras se reprimen la rabia y el miedo. El problema no está en el niño, está en nosotros. Hay que pensar por qué sentimos ese rechazo, mirar hacia nuestra infancia y comprender que lo que hay que solucionar está en nuestro interior, no en el niño.
-Hay que tenerles en cuenta como personas. Si nosotros estamos haciendo algo y nos interrumpen no dejamos lo que estamos haciendo para responder de modo inmediato, de hecho hasta nos enfadamos porque nos interrumpen porque para nosotros lo que estamos haciendo es importante. En cambio exigimos a los niños respuesta inmediata cuando estén haciendo lo que estén haciendo (cosa que no es relevante porque para ellos es importante aunque sea jugar) lo dejen para que por ejemplo vengan a comer. Es más, se lo pedimos incluso desde otra habitación, en vez de acercarnos, ponernos a su nivel agachándonos y decirles que sabemos que están pasándoselo muy bien jugando pero que hemos hecho la cena y esta se enfría, que nos acompañen a cenar, para lo que podemos ir jugando a que somos leones que van a cuatro patas a cenar.
-A veces las rabietas se producen si o si. Si el niño no entra en el juego o alguna otra técnica y estamos hablando de algo que realmente no puede hacer, como por ejemplo jugar en una carretera o alimentarse de chucherías, hay que establecer el límite. A veces veo padres que con tal de evitar esa rabieta que les produce tanto malestar dejan a sus hijos hacer esas cosas. Es tan malo poner límites de modo autoritario (es tan perjudicial el castigo como el premio, que por ser refuerzo positivo no deja de ser algo a cambio y no se integra el aprendizaje) como la ausencia de ellos en situaciones de lógica en las que si debe haberlos. No es importante que se produzca o no esta rabieta, lo que es importante es lo de siempre: que el niño se sienta comprendido, querido y acompañado y en este caso que sepa que no puede hacer X porque es dañino para él.
Aparte de todo lo dicho ya como herramientas (dar vida a los objetos, tirar de la imaginación y el juego, anticipar...) podemos facilitar al niño que descargue su agresividad por ejemplo con peleas con churros de piscina toda la familia, o si está enfadado con nosotros le podemos proponer dibujar cómo se siente y que incluso pueda dibujarnos a nosotros y luego romper el dibujo. También puede servirnos como herramienta proponer que haga una canción contando lo que siente, o que nos lo represente con un teatrillo o escenificando con un muñeco lo que ha pasado, escribirle las cosas en notas graciosas o hacer entradas a modo de pregonero, todo a modo de broma...
La distracción juega un papel muy importante dada la forma en que sienten las emociones (puras, intensas y del momento), una vez que le ha quedado claro que sabemos lo que siente y que estamos a su lado y le queremos podemos distraerlo con un juego que le guste, o con una canción que podemos dejar incompleta para que la vaya completando.
Hacer tonterías con los niños es maravilloso. Ver cómo sus ojos se iluminan, cómo entran en el juego, cómo aportan sus ideas, cómo se ríen. La imaginación es nuestra gran aliada para acompañar a nuestros hijos. Ayer comentaba con un grupo de amigas sobre un niño que no había querido lavarse las manos, les decía si los adultos se las habían lavado también, pero sobre todo planteaba el juego y la imaginación, proponiendo a la mamá que enseñase al niño imágenes de microbios en Internet diciendo que menuda cara de patata tenía ese microbio y tonterías así, para luego ir a lavarlos de las manos mientras le decía que acababa de ver caer de una mano a uno con cara de boniato, entre risas, juego y complicidad. En vez de eso (no en el caso de este grupo de amigas, afortunadamente, pero si es lo habitual) se recurre a la imposición o a ignorar, creando y recrudeciendo la rabieta, con malestar para todos, niños y padres, en ausencia de aprendizaje.
Si nosotros integramos esto, nos será fácil ver esa mirada de niño, comprenderlo, ponernos a su altura y disfrutar jugando y haciendo tonterías. Aparte de ser lo mejor para nuestros hijos es muy divertido.
Con sus rabietas sentiremos rabia, incluso a veces odio. Vendrá la culpa por sentir esto hacia nuestros hijos. Pero no debemos olvidar que son emociones normales, que nos han enseñado a rechazarlas y por eso las rechazamos en nuestros hijos. Lidiemos con ellas, aceptemoslas, sepamos de dónde vienen...y una vez liberados de la culpa disfrutemos del juego.
Laura Perales. Psicóloga, madre y dueña de www.renacuajos.com
PD: Os dejo un vídeo en dos partes sobre como un papá evita una rabieta sin frustrarla y pone un límite, la niña quería salir a la calle pero evidentemente no podía salir sola. Está en portugués pero más o menos se entiende, la niña le dice que por qué está cerrada la puerta y que la abra, el papá en vez de entrar en bucle y decirla que no puede salir de modo autoritario le pregunta que quiere hacer fuera (y ella dice que mirar) y entran en un dialogo puramente de niño que finaliza con juego por parte del padre con una tontería como es acercarle la cámara varias veces y alejarse, la niña entra al juego y ya está! ya se le olvidó que quería salir fuera..
PARTE 1
PARTE 2
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