domingo, 16 de junio de 2013

Criar sin castigar. Por Nuria Otero

Foto tomada de www.psicoglobalia.com
(texto de Nuria Otero)

Para hablar de lo que significa criar sin castigar lo primero que tenemos que saber es a qué nos estamos refiriendo. Porque lo cierto es que muchas personas dicen que no castigan cuando en realidad lo que quieren decir es que no pegan a sus hijos, o que no les encierran en una habitación hasta que se les pase el “berrinche”. Pero la realidad es que se castiga y mucho, porque es lo que sabemos hacer, es lo que hemos aprendido, es lo que nos han enseñado y nos cuesta mucho encontrar alternativas.

Un castigo es una herramienta de modificación de conducta. ¿Qué quiere decir esto? Más allá de lo que quiera decir a nivel psicológico o pedagógico, el hecho de que sea un medio para conseguir un fin es muy importante. Es decir, por mucho que nos intentemos convencer de los contrario, un castigo no es el resultado de una mala acción, sino que es una acción que se realiza con el objetivo de conseguir un resultado; no es un porque, es un para qué.

Utilizando un lenguaje psicopedagógico, un castigo consiste o bien en la aplicación de un estímulo negativo o en la retirada de un estímulo positivo con la intención de modificar o extinguir una conducta determinada en un sujeto. Por ejemplo, dar un cachete es aplicar un estímulo negativo, cancelar la visita al zoo que teníamos esta tarde es retirar un estímulo positivo. Pero ninguna de ellas es mejor (ni peor) que la otra, ambas se basan en el mismo proceso psicológico: conseguir que la conducta que no nos gusta tenga una consecuencia desagradable y por lo tanto, la persona (en este caso el niño) acabe por dejar de realizarla.

Es necesario aquí distinguir un castigo de una consecuencia lógica. Primero porque, como comentaba antes, un castigo no es una consecuencia, sino una acción en sí misma. Y segundo, porque otra de sus características es que es arbitrario, es decir, puedo elegir cualquier estímulo como castigo, esté o no relacionado con la conducta que quiero modificar. Por ejemplo, si no te comes las lentejas, no verás la tele. No hay conexión entre comer y ver la tele. En cambio, una consecuencia lógica es algo que no estamos imponiendo para modificar una conducta que a nosotros nos desagrada, sino que es algo que es inevitable. Ejemplo, si no dejas de asomarte a la ventana del 6º piso tendré que cerrarla… En este caso sí es una consecuencia, y se deriva directamente de la actividad que se está desarrollando que puede, por ejemplo, suponer un peligro potencial.

Pero volvamos a los castigos. Funcionan. Los castigos funcionan. Son fáciles de aplicar y sus resultados se obtienen con relativa prontitud. Entonces… por qué algunos padres, madres y profesionales abogamos por una manera de criar y educar sin castigar??

En primer lugar porque, como ya he comentado, los castigos son una técnica de modificación de conducta, y me pregunto en muchas ocasiones si estoy legitimada para modificar la conducta de nadie desde el exterior, otorgándome la potestad de decidir desde fuera lo que está bien y lo que está mal. Nuestros hijos pueden comportarse de una manera que nosotros no esperamos, que no compartimos, que no utilizaríamos, pero normalmente esa conducta no es gratuita, no está ahí para molestar (ni a nosotros ni a otras personas), sino que probablemente tenga alguna función (el niño nos manifiesta su malestar por alguna cuestión física o emocional –le duele la pierna, está disgustado porque su amigo no ha podido venir a comer, está enfadado porque ha tenido que ir a clase de piano en lugar de quedarse a jugar al fútbol-, el niño puede no conocer las consecuencias de alguna de sus actividades –puede no saber que ese jarrón que está usando para hacer experimentos de barro es una herencia de la bisabuela, puede no entender que nos duela horrores la cabeza- o simplemente tiene una necesidad que nos está comunicando… sueño, hambre, sed… o atención)

En segundo lugar, porque con un castigo no profundizo en la comprensión de la conducta que quiero modificar o eliminar. Es decir, el niño no aprende que hablar o cantar o gritar GOOOOL mientras mamá habla por teléfono hace difícil la comunicación de mamá… entiende que si mamá habla por teléfono mejor callarse porque si no me echan fuera, o me gritan para que no grite yo, o incluso me dan un cachete si protesto porque lo que tenía que decir era importante. ¿He aprendido algo sobre el respeto a los demás, sobre respetar los tiempos, espacios, conversaciones de los otros? O he dejado de hacer algo por miedo a las consecuencias?? He aprendido a tener miedo??? En este sentido, nos volvemos cada vez más dependientes de los demás, dejando de ser capaces de reconocer por nosotros mismos lo adecuado o inadecuado de nuestras acciones, y basando nuestra manera de comportarnos en la aprobación o desaprobación externa. Como motivación, bastante deficiente… como estilo de vida, casi lamentable.

Me gustaría hacer una mención especial a los premios y recompensas. Al flan de postre si te comes las verduras, a la chuche si acabas los deberes o a la pegatina con sonrisa si no protestas en todo el día. Los premios y recompensas son la otra cara de los castigos. Funcionan de la misma manera, aunque parezcan mucho más amables. También ponen el acento fuera de la conducta, y también nos hacen depender de los componentes externos para funcionar. Pero además, los premios tienen un agravante… y es que a medida que los niños crecen deben ir incrementándose en cantidad y calidad, pues a ningún adolescente le haremos recoger su habitación prometiéndole una pegatina.

Ahora bien, qué alternativas tenemos para criar y educar a nuestros hijos? Cómo podemos educarlos, criarlos, sin recurrir al castigo, al chantaje y/o a la amenaza. Básicamente, comprendiendo.

Comprendiendo en primer lugar que los niños tienen unas necesidades, unos tiempos y un uso del espacio diferente al de los adultos.

Comprendiendo que no existe una manera estándar de hacer las cosas, que lo que está bien y lo que está mal es relativo.

Siendo sinceros con nosotros mismos y preguntándonos por qué no estamos permitiendo cierta conducta, si es una cuestión realmente importante o es algo que se hace así porque siempre se ha hecho así.

De esta manera encontraremos muchos menos motivos de conflicto con nuestros hijos, y ellos se acostumbrarán a que cuando una cosa no puede ser, cuando negamos algo, cuando pedimos algo, cuando posponemos algo, será por una razón verdaderamente importante. Es mucho más fácil aceptar que no se puede hacer una cosa que aceptar que no se puede hacer casi nada, y entonces no es necesario recurrir a ninguna técnica educativa, psicopedagógica coercitiva pues los niños entienden simple y llanamente que no todo puede ser.

Por otro lado, es importante hablar con nuestros hijos. Dialogar y entender sus motivaciones. Y en ocasiones, cuando tienen razón, ceder. Ceder a su petición, a su comportamiento o incluso a su mal humor (bastante tienen a veces con aceptar que no es posible hacer algo para, además, aceptarlo de buen grado). Ceder nosotros es la manera de enseñarles a ceder ellos. Reconocer que nos equivocamos es la manera de enseñarles a reconocer los errores.

Este camino es difícil. Es más lento. Pero os aseguro que es infinitamente más gratificante. Increíblemente más divertido. Y por si alguien lo duda, también funciona.

miércoles, 12 de junio de 2013

Comprender el "no" de los niños (extracto). Por Xavier Serrano

La frustración crea sometimiento

Pero ¿qué ocurre cuando no se permite la manifestación del instinto en los primeros años de vida reprimiendo las manifestaciones agresivas? El niño ve ahogadas sus expresiones reivindicativas que toman diversas formas según su momento de crecimiento, por lo que ese impulso se va mermando, perdiendo el contacto con algunas de sus necesidades básicas, alterando como consecuencia de ello su ritmo biológico. Todo ello ocasiona un remanente “pulsional” (necesidad de cariño, de placer, de contacto con las cosas, de exploración) que puja por salir y que al no poder hacerlo provoca frustración y rabia, estableciéndose una base destructiva inconsciente que puede manifestarse posteriormente, bien a través de síntomas o de actitudes sádicas y violentas en función de las circunstancias del momento y del grado de represión vivido en la infancia y la adolescencia.


Imagen extraida de globedia.com
Por eso una rabieta o una expresión de rabia no tiene el mismo significado en todos los niños al estar condicionado por las vivencias que ha tenido anteriormente, siendo este un factor diferencial muy importante a la hora de abordar dinámicas de violencia más graves que se pueden generar en los sistemas familiares, partiendo siempre de la confianza en el niño, el respeto y la tolerancia.

En este sentido el pedagogo inglés, fundador de la escuela “Summerhill”, A.S.Neill, escribió: “Actualmente deposito mi confianza en la libertad, la libertad da buen resultado en todos los casos, aunque no es totalmente terapéutica para los niños que estuvieron huérfanos de amor en la primera infancia.... La libertad no se apuntala con palabras sino con hechos. La mejor forma de curar a un niño que desea romper ventanas consiste en sonreir y ayudarlo a demoler los vidrios”. Porque solo si el niño se ve aceptado y reconocido desde su realidad sea cual fuera, puede estar receptivo a sus propios procesos y generará cambios.

En realidad es a través del amor como la agresividad ejercerá su función ecológica. Mientras que con nuestra incomprensión e intolerancia, o sencillamente nuestra posición narcisista de pensar que somos los que sabemos y los niños los que no saben y por tanto tan solo pueden aprender —sinónimo de sometimiento, al estilo “supernani”— será suficiente para bloquear lo instintivo, lo natural, y anular el diálogo desde lo viviente, desde el amor. Lo que facilitará personas con estructuras encogidas, débiles, vulnerables y con tenencia al sometimiento; o bien narcisistas, fanfarronas y sádicas, todo lo cual sintoniza con la realidad social en la que vivimos y por tanto la sostiene y refuerza.

Como solía decir mi mentor Federico Navarro, neurosiquiatra italiano, poder decir “no” es señal de seguridad personal que refleja un yo fuerte, sin miedo, y por tanto es la base para el respeto y la solidaridad social."

Cómo actuar ante la negación de los niños

Para el niño la negación es una forma de mostrarse al mundo y por tanto forma parte del proceso de identidad que el adulto puede favorecer con sus actos. 

Durante los primeros tres años:espejo

En cuanto reacción visceral, vinculada a su instinto de autoconservación y su agresividad natural de cachorro mamífero, observarla sin juzgarla, incluso valorarla positivamente tanto a través de la palabra como desde la empatía.

De los cuatro a los siete años:Yo-Otro

Al ser una edad en la que lo instintivo se va integrando con lo raciónal , la negación, se mostrará confianza en su decisión final escuchando su negativa verbal o corporal y si no es acorde a la posición del adulto, se le pueden plantear sugerencias y posibles alternativas con un razonamiento básico para que pueda elegir.

A su vez es la edad donde los padres tienen que hacerle ver sus opiniones, inquietudes y necesidades para que, al igual que hace el adulto las vaya reconociendo, respetando ,teniéndolas presentes en sus opciones: Yo-otro

De los ocho años en adelante:Yo con los otros

Al existir ya una capacidad para participar activamente en lo grupal y lo social, las negaciones tienen que tener un sentido y unas razones que, cuando supongan conflicto de intereses , deben ponerse los medios para el contraste, y la búsqueda de soluciones y decisiones de forma conjunta y con compromisos y pactos establecidos previamente que se deben respetar y cumplir, en cuanto han sido decisiones tomadas por él mismo. Facilitando la cooperación y la solidaridad: Yo con los otros

En el caso en que el niño haya vivido un distres o violencia traumática durante la vida intrauterina y los primeros meses de vida extrauterina las negaciones serán reactivas, disfuncionales, buscando la descarga de tensión a través de la catarsis motriz y de la negación destructiva.

EXTRAIDO DE MI ULTIMO ARTICULO PUBLICADO EN MENTE SANA: "COMPRENDER EL "NO" DE LOS NIÑOS.( MES DE JUNIO, NUMERO 93)
Xavier Serrano Hortelano
Director-Responsable didáctico
Escuela Española de Terapia Reichiana  ES.TE.R

lunes, 10 de junio de 2013

¡No, no y no!

(texto de Te Kikiriquiero)

Nuestro bebé crece y sobre los 18 meses aparece la famosa etapa del No, que a los papás y mamás tanto nos da que hablar.

¿Por qué nos dice a todo que no?

A muchos padres nos entra la paranoia y pensamos que el niño es un cabezota, un caprichoso, que nos está tomando el pelo… y empezamos a plantearnos los famosos límites.

A esta edad nace el impulso de autonomía, el pequeño está aprendiendo que es un ser individual, ya tiene libertad de movimientos y necesita reafirmarse mediante manifestaciones de voluntad propia, es una actitud perfectamente normal y sana. Esta etapa es también aprendizaje, y de nosotros depende respetársela.

Está claro que los límites son necesarios y estructurales y que cada familia decide cuales son los más apropiados para ellos. A algunas familias les parecerá un límite claro que no se salta en el sofá, mientras que para otras esto carece de importancia.

Lo que sí es muy importante para el niño es la forma en la que se ponen estos límites.

Antes de establecer un límite deberíamos plantearnos las siguientes cuestiones:

¿Cuál es el objetivo de la norma? ¿Para qué sirve? ¿Por qué lo estamos poniendo? ¿Es una forma de ayudar al niño o impaciencia y mal humor del adulto?

Para nosotros los límites que tienen que ser respetados son pocos.
  • Límites de seguridad, tratando de que estos sean reales y no basados en nuestros propios miedos.
  • Límites de respeto, en la relación con los demás.
También es importante utilizar las el lenguaje apropiado a la hora de establecer las normas. Casilda Rodrigáñez lo explica a la perfección es su texto: “Poner límites o informar de los límites”:

La autora propone que, ante cualquier límite que se oponga a los deseos de nuestra criatura, nos situemos incondicionalmente del lado de sus deseos; y en lugar de considerarlos meros caprichos improcedentes, los analicemos honesta y sinceramente con ella, junto con todos los factores que intervienen en la situación, para después tomar una decisión conjuntamente.

Las rabietas infantiles… o cómo comprender lo incomprensible. Por Nuria Otero

(texto de Nuria Otero Tomera en Proyecto Materna)

Todos hemos oído hablar de las rabietas. Hablamos de ellas con total normalidad, como algo completamente integrado en nuestro día a día, y los que somos padres nos preguntamos unos a otros con naturalidad “¿tu hijo ya ha empezado con las rabietas?” como cuando preguntamos si les han salido los dientes o si ya sabe ir en bicicleta.

Ahora bien… ¿qué es una rabieta? Rabieta viene de rabia… para mí una rabieta es una demostración explícita y explosiva (con rabia, con ira) de un malestar, de un desacuerdo,  sea éste importante o no a ojos de quien contempla el cuadro. Y rabietas las tenemos todos, niños y adultos. Lo que ocurre es que a medida que nos vamos haciendo mayores vamos aprendiendo a canalizar la rabia y los enfados, vamos comprendiendo más nuestro entorno y el por qué a veces las cosas no son como esperamos, y sobre todo… aprendemos a no demostrar muchas de las cosas que sentimos porque parece ser que no está bien visto.

Pero ¿cuándo se produce una rabieta y por qué? Es una rabieta esa escena en una tienda de un niño gritándonos enfadado que quiere ese juguete, lo quiere, lo quiere y lo quiere; o el otro que se tira al suelo porque no quiere irse del parque; o la niña que da patadas al aire mientras grita “No te quiero”; o la que tira al suelo a manotazos un puzzle a medio montar. Pero también tiene una rabieta ese adulto que pega un puñetazo en la mesa mientras habla con el asesor técnico de su compañía telefónica, o el conductor que le grita y le da bocinazos al de delante porque no va más rápido. En realidad, se producen las rabietas fundamentalmente cuando nuestro enfado o nuestro malestar no encuentra una salida lógica. Cuando nos quedamos sin argumentos, cuando nuestra rabia es tan grande que sólo nos queda abrir la válvula de escape. En los adultos pasa menos porque, como ya he dicho, somos capaces de comprender mejor las cosas que van pasando a nuestro alrededor, de otorgarles una explicación y tenemos mayor capacidad de espera. Pero en los niños no ocurren estas cosas, y aun en el caso de que comprendan, de que entiendan que tienen que esperar, que hay que ir a casa porque hay que cenar, que se den cuenta de que el puzzle no tiene la culpa de que ellos no encuentren la pieza correcta, aun en esos casos, los niños no saben “aguantarse” la rabia. La rabieta es la expresión de sus sentimientos, de la frustración que están sintiendo en ese momento porque no pueden obtener aquello que desean… y es legítimo que lo expresen. No podemos pretender que, además de amoldarse a nuestras necesidades, ritmos y tiempos, además de intentar aprehender conceptos como el tiempo y la generosidad, se queden callados, tendremos que aceptar que lo único que les queda, en muchas ocasiones, es “el derecho al pataleo”, en su más gráfica acepción.
En general, coincido con Aletha Solter en que la mayor parte de las situaciones que provocan esas rabietas en nuestros hijos se pueden agrupar en tres tipos:
  • El niño tiene una necesidad básica (hambre, sed, sueño…) que o bien no estamos viendo o bien, aunque la veamos, no podemos satisfacer en este momento. Imaginemos a un niño de 3 años con hambre, en coche, camino a casa y en un atasco… aunque sepamos que tiene hambre y lo comprendamos, probablemente no podamos solucionar el problema; lo más habitual será una rabieta por parte del niño… ¿qué haremos? ¿reñirle por tener hambre? ¿reñirle porque llora? ¿gritarle?… nada de lo que hagamos le saciará el hambre).
  • El niño tiene información insuficiente o equivocada de la situación en la que nos encontramos. O bien pensaba que íbamos a quedarnos más rato en el parque, o no comprende por qué hoy, precisamente hoy, tenemos prisa en el súper con lo mucho que le gusta a él jugar en el carrito, o quizás él quería comprar cereales y nosotros sólo hemos entrado a por detergente. Pararnos a escuchar qué es lo que quiere o necesita (quizás sea cierto que se han acabado los cereales), así como explicarle con antelación que hoy vamos corriendo porque tenemos médico, o peluquería, o enseñarle un reloj y explicarle a qué hora dejaremos el parque puede ahorrarnos un mal rato a los dos.
  • El niño necesita descargar o liberar tensiones, miedos o frustraciones presentes o pasadas. Muchas veces los niños “aprovechan” cualquier mínimo detalle para entrar en una rabieta. Puede ser que estén enfadados o angustiados por cualquier otra cosa y la situación actual sólo sirva de detonante. Tal vez algo que ocurrió en la escuela, donde no se siente tan seguro como en casa, no sale hasta que está con nosotros, en confianza absoluta. En este caso, al igual que en los anteriores, cortar la expresión de rabia no va a hacer más que aumentar el malestar y dilatar en el tiempo la descarga.
Así, desde este punto de vista, no encuentro demasiadas situaciones “enrabietadas” que me parezcan dignas de reproche. Son, sencillamente, señales de alarma. Oportunidades. Para nosotros. Para intentar comprender qué nos está pidiendo nuestro hijo. Para saber si necesita algo de nosotros, tal vez algo material, pero quizás sólo una explicación para que el mundo tenga un poco más de sentido. Quizás, tal vez, sólo un poco más de tiempo con nosotros, o de tiempo a secas.

Así que, ante la pregunta de qué hacer cuando un niño tiene una rabieta, mi respuesta suele ser: nada. Es decir, comprender que es una demostración de lo que está sintiendo, y que por mucho que hagamos, no va a dejar de sentir. Podemos ignorarlo, reñirle, gritarle o castigarlo, y probablemente consigamos que no tenga rabietas, o que las tenga menos frecuentemente, o que las tenga menos vehementes, pero no conseguiremos que deje de sentirse mal por lo que está ocurriendo. Y conseguiremos, además, que se sienta culpable por sentirlo, cuando es absolutamente razonable que a veces se sienta disgustado. Así, ante un episodio como los que he descrito anteriormente, o cualquier otro similar, lo mejor que podemos hacer es esperar que pase, hablar con nuestro hijo si nos deja, decirle que entendemos que se siente mal por esta o aquélla razón, dar alternativas si existen, cogerle en brazos o sentarnos a su altura y aceptar el dolor que nos está mostrando. Al fin y al cabo, está siendo absolutamente sincero con nosotros, nos está confiando sus sentimientos y sus emociones, y no podemos hacer menos que aceptarlos. Ponernos de su parte, sufrir con ellos la frustración, ser realmente sus cómplices en un momento amargo será la mejor manera de que vayan comprendiendo el mundo, y lo harán con confianza plena en nosotros, que creceremos también si aprovechamos la oportunidad para profundizar en la comunicación con nuestros hijos.

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